Lc 7,11-17 |
No
son ideas o deseo imaginados o que nos gustaría que fuesen realidad. Son deseo
reales y promesas que nuestro Señor, el Hijo de Dios Vivo, nos las hace y nos
las demuestras como nos lo cuenta el Evangelio de hoy: Lc 7, 11-17. Jesús se dirigió a una ciudad llamada
Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la
ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y…
Nos lo dice con hechos probados. Tiene poder
sobre la muerte y quien cree en su Palabra, nos lo ha dicho, tendrá vida
eterna. Ahora, es cuestión de fe. Supongo que en ese momento histórico hubo
mucha gente que presenció ese hecho de la resurrección de esa viuda de Naín, y
creo que muchos se habrán convertido. De eso estoy seguro, pero, también pienso
que otros muchos no. El diablo sabe hacer bien su trabajo y ciega a las
personas que no abren su corazón a al verdad.
Jesús es el Señor de la Vida y la muerte y quien cree en su Palabra tendrá Vida Eterna. Su Misericordia es Infinita y, no por nuestros méritos, sino por su Misericordia, resucitaremos para gozar en su presencia de la Felicidad Eterna.
—¿Qué te parece, Pedro, y qué pasa por tu
cabeza? —Preguntó Manuel.
—Dentro del hombre y la mujer hay un deseo, en
lo más profundo de su corazón, de perpetuarse y de vida eterna. Eso es
evidente, por tanto, pienso que lo lógico y de sentido común es que haya otra
vida.
—La Resurrección de Jesús es la prueba
fundamental de nuestra fe. Aparte todas esa resurrecciones, como a la que nos
referimos hoy, que dan testimonio de su Poder y Divinidad.
Sí, Jesús Resucitó. Es verdad que no podemos demostrarlo categóricamente, pero, tampoco nadie puede desmentirlo ni probar lo contrario. Sin embargo, su Resurrección ha sido vista por muchos que estuvieron con Él durante cincuenta días ante de su Ascensión a los Cielos. Y, luego, anunciaron su Palabra y Resurrección hasta el extremo de dar su vida. Y hasta hoy muchos siguen haciendo lo mismo y entregando sus vidas.
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