Dice
el Evangelio: Jn 3, 13-17: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan Vida
Eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él».
En
la Cruz vemos expresada toda la perversidad del mundo, demonio y carne que
esclaviza y ciega a los hombres, pero, también vemos el poder, la omnipotencia
mansa – como dice el Papa Francisco – de la Misericordia de Dios. Esa es
nuestra esperanza y lo que nos sostiene y nos da fortaleza. Porque, a pesar de
nuestras debilidades, nuestras caídas, nuestros pecados, tenemos siempre
presente el Infinito Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios, y en Él esperamos
ser redimidos y salvados.
—Esa
es la experiencia y la esperanza que sostiene mi vida y me da fortaleza —afirmó
Manuel. Sin ella me derrumbaría al menor tropiezo y debilidad.
—Supongo
que debe ser así —respondió Pedro. De otra forma no me lo puedo imaginar. No
podemos vencer al mundo, demonio y carne por nuestras propias fuerzas. Necesitamos
esa Cruz que nos fortalece, nos redime y nos salva.
—Ese es el valor de ese sagrado Signo de la Cruz. Muchos se preguntan como una cruz puede ser levantada y centro de nuestras miradas. Pues, muy sencillamente, mirar la Cruz y creer en ella nos da esa esperanza de salvación —concluyó Manuel.
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