viernes, 3 de octubre de 2025

UN BIENESTAR ALETARGADO

Lc 10, 13-16

    Cada día me sorprende la reacción de mucha gente. No entiendo cómo pueden vivir sin plantearse la cuestión de la trascendencia. No hablo solo de la fe, sino del destino último de la existencia, de la continuidad de la vida en una dimensión eterna. Es posible que no creas, pero, en lo más profundo de tu corazón, hay una chispa de eternidad que no quieres apagar.

   —Y tú, ¿te has planteado este problema? —preguntó Pedro interpelando a Manuel.
     —Sin ninguna duda —respondió Manuel—. Siempre he sentido un santo temor de que la muerte me sorprenda sin estar preparado. Mi lucha —si puedo llamarla así— es esforzarme cada día por vivir de manera que ese momento no me encuentre desprevenido.
    —Conozco a muchas personas que, aun sintiendo cercana la muerte, no se preparan. Incluso siguen cerradas a la fe en la otra vida. ¡Y, la verdad, no lo entiendo!
    —Ni yo tampoco —dijo Manuel—. Jesús se sorprende de esa misma insensibilidad en sus vecinos galileos. En Lc 10, 13-16 lo expresa con claridad al hablar de la indiferencia con la que reciben su Palabra y sus obras.
    —Es sorprendente —comentó Pedro— ver cómo tanta gente, ya en edad avanzada, se cierra a toda esperanza. ¿Acaso no ven que existen razones sólidas para creer en otra vida?
    —Sí, estoy de acuerdo —concluyó Manuel—. Pero cuando uno da todo por supuesto y se instala en sus seguridades, cierra su corazón, y nada logra hacerle cambiar. Aun así, sigo pensando que es un misterio. No lo entiendo.
    —Supongo —dijo Pedro— que ahí interviene el demonio.
    —Posiblemente —asintió Manuel—. Pero cuando un corazón, por muy extraviado que esté, se abre a la Palabra de Dios, el demonio no tiene nada que hacer.

    Corozaín, Betsaida o Cafarnaúm habían recibido toda la atención de Jesús. En ellas obró numerosos milagros, pero nada de eso les hizo reaccionar. No expresaron agradecimiento, no se dejaron interpelar por la Palabra del Maestro y sus vidas no se transformaron.

    Jesús fue recibido por aquellos pueblos como un feriante que trae entretenimiento y regalos, sin que, al marcharse, quedara huella alguna de su paso.

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