viernes, 7 de julio de 2017

¿CUÁL ES TU SITUACIÓN?

(Mt 9,9-13)
¿Dónde gastamos nuestro tiempo? ¿Cuál es nuestra situación? Porque, pensamos que pasarlo bien es lo importante, y a eso dedicamos nuestros esfuerzos y empeño. Nos despreocupamos de los demás y sólo miramos para nuestros proyectos y satisfacciones.

¿Dedicamos tiempo para nuestra relación con Dios y servicio para el bien de los hermanos, mejorando con ello nuestro mundo? Esa es, quizás, la llamada que Jesús nos hace hoy en Mateo. Nos invita a seguirle. Y seguir a Jesús es ponerlo en el centro de nuestra de vida, dedicándole nuestro tiempo en nuestra íntima relación con Él y abrazándole en el servicio a los hermanos.

Es decir, no puedes expresar tu servicio a Dios, dejando a un lado el servicio a los hermanos. Es verdad que la cosa exige esfuerzo y entrega, pero, también, es verdad, que no estamos solos. Contamos con la Gracia del Espíritu Santo que nos da la fortaleza, la sabiduría, la capacidad de entrega y todo lo que, nuestro esfuerzo, nos vaya exigiendo a fin de cumplir con el amor a Dios y al prójimo.

Queda de manifiesto que necesitamos ayuda, y para eso ha venido Jesús. Él nos lo dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal». El hombre es un ser débil y frágil. Ese es uno de los graves pecados del hombre, creerse que se pueden salvar por sus propios medios y con el cumplimiento de la Ley. Y en ese grave error estaban los fariseos, que le daban a la Ley todo el valor y en ella centraban toda su vida y esfuerzos.

Se escandalizaban de que Jesús comiera con publicanos, considerados como pecadores. Y Jesús, dándose cuenta de este error, les reprende, y les dice: «Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».

jueves, 6 de julio de 2017

LA SALVACIÓN NO ES PARA ESTE MUNDO

(Mt 9,1-8)
Nuestro cuerpo está sometido y sujeto a las leyes terrenales. Estamos contenidos dentro del espacio y el tiempo, y, por tanto, sujeto a sus leyes. El tiempo pasa y deteriora nuestro cuerpo. Estamos, pues, destinados a morir. Morir nuestro cuerpo terrenal, que es corrupto, pero no nuestra alma y nuestro cuerpo glorioso, como el de Jesús, destinado a vivir eternamente. 

Meternos en esas profundidades, insuperables para nosotros, es perdernos. Nos basta la Palabra del Señor y su Resurrección. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y todo lo que ha dicho y prometido se cumplirá. Sólo basta Él y su Palabra.

La primera reacción del Señor es salvar a paralítico. Es indudable que lo primero y principal es perdonar sus pecados. Es decir, limpiar su alma para salvarlo. Y así lo hace: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Es lo importante y lo que todos necesitamos. Alcanzar la Misericordia del Señor para salvarnos. Porque, nuestro cuerpo volverá a enfermar. Curado de esta parálisis, vendrá otra u otra enfermedad que será la definitiva. Lázaro, el íntimo amigo de Jesús fue resucitado por Él, pero tuvo que morir más tarde. Porque, en este mundo todos tenemos que morir y compartir nuestra muerte con Jesús. 

Pero no sólo una muerte corporal, sino también una muerte a nuestro egoísmos y ambiciones terrenales. Una muerte de nuestra vida al éxito mundano y a nuestros proyectos y vanidades. Una muerte que nos limpia de nuestros pecados por la Misericordia de Dios. Pecados que sólo Dios tiene poder para perdonarlo y que en el Evangelio de hoy lo deja claro: ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. 

miércoles, 5 de julio de 2017

LA LIBERTAD DE ELEGIR

(Mt 8,28-34)
La libertad es un don muy preciado, pero a la vez es una gran y arriesgada responsabilidad. Porque, dependiendo de la elección que hagamos, dependerá nuestro gozo y felicidad eterna. Así de sencillo y breve. Nos jugamos todo en la elección del camino a tomar. Quizás no somos muy consciente. Mientras tenemos vida nos parece que siempre hay tiempo, y nos cuesta mucho cambiar.

Estamos tan ciegos y sometidos que apreciamos más el valor económico de una piara de cerdos, que el poder de expulsar al demonio y liberar al hombre. A tanto llega nuestro juicio que invitamos al Señor a irse por los daños que nos ha causado. Tenemos delante de nuestros propios ojos al Libertador y Salvador, que nos ofrece Vida Eterna, y lo cambiamos por una piara de cerdos.

Y tanto egoísmo y ceguera nos lleva a rechazar el Amor de Dios. Somos las únicas criaturas que podemos limitar el Poder de Dios, y prohibirle entrar en nuestro corazón. No tomamos conciencia de lo que Dios nos quiere, hasta el punto que nos ha dado poder para rechazarle y no dejarnos abrazar y rendirnos en sus brazos. Esa es la Voluntad de Dios, y lo que nos da, entre paréntesis, un cierto mérito a nuestra salvación. Porque está en nuestro poder el aceptarla y tomarla, o dejarla y rechazarla.

Es un misterio, que no mereciendo nada, esté en nuestras manos la llave de nuestra salvación. Porque, aunque todo depende del Señor, Él ha dejado en nosotros la última decisión que nos dará la salvación. Nos ha creado libres y dependerá de nosotros responder a su oferta de salvación.

Todo lo ha dejado en nuestras manos. Si le rechazamos, no nos importuna. Nos deja y se marcha. Él ha pagado por nuestra libertad y felicidad. Y seremos nosotros los que perderemos, pues estando salvados y finiquitada nuestra deuda, la dejamos escapar y perder para siempre. Mira que somos tontos. Estamos cegados y esclavizados por el demonio. ¡Despertemos!

martes, 4 de julio de 2017

CUANDO LA OSCURIDAD NOS ENVUELVE

(Mt 8,23-27)
Nos ha ocurrido muchas veces, y nos seguirá ocurriendo. Quizás a unos más que a otros, pero todos experimentamos momentos pesarosos y duros en el camino de nuestra vida. Son las llamadas tempestades, que nos azotan y envuelven y nos hunden en depresiones, locuras o desesperanzas. Posiblemente, cuando leas estas humildes letras, irás recordando las tuyas propias. Pero, también, te sentirás orgulloso/a de haberlas superados. O, al menos, estar en esa actitud.

Porque el camino seguirá así hasta el final. Decíamos ayer que la lucha es diaria, constante y dura. Levantarnos cada mañana cuesta. La tentación de abandonarnos y dejarnos ir nos acecha y nos tienta. Seguir caminando es la consigna, pero exige esfuerzo y perseverancia. Sí, conviene tomarte un vaso de agua por el camino para refrescar, pero siempre con el ánimo de seguir.

No cabe ninguna duda que si no tienes claro tu meta en ese horizonte donde se pierde tu mirada, la fatiga termina por vencerte. La meta es importante, porque ella, aunque no la veamos, o la veamos lejos, nos dará fuerza para seguir remando contra corriente. Pero, tu meta no puede ser cualquier meta. Debe de ser una Meta que de Vida, Vida Eterna. Porque, tras el esfuerzo del camino, y el agotamiento que nos exige, encontrar una meta que vuelve a morir no apetece mucho. Ni tampoco da fuerzas para seguir la lucha.

Hay que insistir y despertar al Señor. Al Señor, dueño Absoluto de los vientos y las tempestades. Dueño Absoluto de la Vida, y dador de Vida Nueva y Eterna. Pero, despertarlo en la fe de sabernos bien cuidados y salvados. Él, nos ha traído la Buena Noticia de Salvación enviado por su Padre. 

Y nos ha revelado el Amor Infinito y Misericordioso que nos tiene. Y el gran regalo de querer llevarnos con Él, a vivir una vida nueva llena de gozo y plenitud.

lunes, 3 de julio de 2017

LAS DUDAS NOS ACECHAN CADA DÍA

(Jn 20,24-29)
No habrá un momento de descanso. Cada día es una batalla y un mar de dudas. Cada paso significa, si nos sostenemos en el Señor, perseverar en Él. No importa nuestras dudas ni nuestras caídas. Él lo sabía, y lo sabe, y con todo eso cree en nosotros, nos acompaña, nos asiste en el Espíritu Santo, y nos perdona misericordiosamente. No se puede pedir más amor. Amor Eterno.

Así que no hay disculpa. Dependerá de nosotros vivir cada día en la Gracia del Señor. Él nos abre sus brazos y nos da su fortaleza y poder. Dependerá de nosotros creer y confiarnos en su Palabra. Sí, hay muchas dudas, muchos misterios y muchas razones que no alcanzan a descifrar ni entender en Poder y el Misterio de Dios. Pero, ante todo eso, Dios está presente en nuestra vida, y su Hijo, nuestro Señor, se ha hecho Carne, Hombre como nosotros, y nos ha revelado el Amor y la intención del Padre. ¿Se puede pedir más?

Estamos perdonados y salvados. Jesús, el Hijo de Dios, y nuestro Señor, ha dado su Vida por nosotros. Y en eso no hay duda, pues fue crucificado en la Cruz. Y certificada su muerte. Y enterrado en el sepulcro. Luego, ¿dónde está? Porque no se sabe nada de su cadáver, y sin embargo, se sabe dónde fue enterrado. Decididamente, Jesús ha Resucitado. Fundamento de nuestra fe. Y son muchos los testimonios de los que lo han visto y han oído su voz y presentido su presencia. Y, sobre todo, han experimentado su fortalece, su misericordia, su paz y su amor, que les han llenado de gozo y felicidad.

Tomás puede ser un icono de esperanza y de identificación. Porque, cómo él, también nosotros dudamos, pero también nos rendimos a sus manifestaciones de amor a través de los hermanos, de la obra de la Iglesia y, sobre todo, del impulso de nuestros corazones, que experimentamos gozo y alegría al oír su Palabra y sentir su Misericordia. Como Tomás, decimos: "Señor mío y Dios mío".

domingo, 2 de julio de 2017

NADA DEBE ANTEPONERSE A CRISTO

(Mt 10,37-42)

Hay circunstancias que nos impide realizar nuestra vocación cristiana. Y debemos tener muy claro que el Señor y su Voluntad es lo primero que debe estar en nuestra vida. Otra cosa que, quizás en muchos momentos de nuestra vida tengamos que hacer un paréntesis para atender a familiares u otros menesteres, pero eso es diferente. Porque un paréntesis no significa interrumpir la vocación a la que Dios te ha llamado, sino un punto y aparte para cumplir con la caridad cristiana.

La clave está que nada, incluso la familia, debe interrumpir tu camino marcado por Dios. Al menos de forma consciente y voluntaria. Nos enfrentamos a la única y verdadera vocación, que debemos y tenemos la obligación de descubrirla. Posiblemente, nuestras oraciones sean escasas en ese sentido y no le pidamos que nos dé la sabiduría, de y para discernir, que quiere de mí.

Porque, es de sentido común, que siendo Dios nuestro único Absoluto le dejemos en un segundo plano por ataduras familiares u otras esclavitudes. Por lo tanto, nada debe interrumpir nuestra vocación a nuestro compromiso de Bautismo, que debemos llevar al primer lugar de nuestras oraciones, para estar dónde Dios quiere que esté.

Es bueno comprometerse en la comunidad parroquial a las diversas tareas y ministerios que se proponen y se barajan. Son muchos los servicios que necesitan de nuestra dedicación y entrega, y, es esa tarea de servir y trabajar por el bien de los demás donde el Espíritu de Dios nos descubre los talentos recibidos para ponerlos, por encima de todo, al servicio de Dios en la comunidad. Es esa la plenitud del amor. Y nada pasa desapercibido para Él respecto a todo lo que hagamos por los demás. Incluso hasta ofrecer un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños en y por su Nombre.

Ni imaginarme, podría yo, que ahora estaría escribiendo y compartiendo mis humildes reflexiones con todos ustedes. Con todos aquellos que voluntariamente las acogen y las comparten. Y descubrir que lo hago por servicio y por amor. Como si de un compromiso se tratara, me lleva a descubrir que quizás esa sea parte de mi vocación que, sin saber cómo, ha aflorado y ocupado un servicio que se antepone a muchas otras cosas de mi vida que, quizás, me gustaría hacer. Y abierto a donde el Espíritu sopla, porque primero debe estar la misión a la que el Señor te llama que tus proyectos mundanos.

sábado, 1 de julio de 2017

ACOGIDA Y FE

(Mt 8,5-17)
Es hermoso experimentar el buen trato y la acogida fraterna cuando llegamos a algún lugar. Nos llena de gozo y satisfacción experimentar los detalles y cuidados de afectos y cariños o atenciones. Aprobamos tales hechos como si estuvieran escrito en nuestros corazones, y asentimos que esa es nuestra esencia: "Amar".

Somos seres creados para amarnos, e ir contra esa vocación es contradictorio y antinatural. Lo experimentamos en lo más profundo de nuestro ser cuando así procedemos. Y esa inclinación vocacional incluye nuestra necesaria e imprescindible relación. Porque sin relación no podemos amar. Nacemos, ya, en el seno de una familia, e inmediatamente, somos objetos de mucho amor. Sin amor no podríamos crecer y desarrollarnos. El amor es fundamental y necesario. Vivimos para amar. Pero, ¿qué es amar?

Jesús es la clave. Él es el modelo del Amor con el que su Padre nos ama. Y su Vida es un camino de entrega y servicio siguiendo la Voluntad del Padre, hasta dar la muerte por verdadero Amor. Abrahán, con sus gestos de acogida y disponibilidad, tanto de servicio como de atenciones, muestra su amor por Dios junto a la encina del Mambré. Su hospitalidad descubre su ansias de hospitalidad amorosa. Entrar en ese pasaje de Abrahán -Gn 18, 1-15- nos ayuda a referenciar nuestra actitud de acogida hacia nuestro Dios y Señor. ¿Realmente, trato yo al Señor, mi Dios, a la altura de su Dignidad? Quizás nuestra naturaleza humana, herida por el pecado, no nos deja ver más allá.

Otra mirada que debe de asombrarnos y servirnos de referencia es la del pasaje del Centurión. Aquel hombre extranjero, que quedó rendido al poder y amor de nuestro Señor Jesús, y al que solicitó la cura de uno de sus siervos. Una solicitud que descubre su corazón amoroso y agradecido con aquel siervo enfermos. Y que se apoya, por la fe, en Aquel a quien nada le es imposible. Todo lo puede, y abandonado en esa fe le solicita su intervención.

Todo lo contrario de Sara, la mujer de Abrahán, que ante la promesa de Dios de que va a tener un hijo, duda y se ríe -Gn 18, 10-15- , el Centurión cree firmemente. Una fe que, incluso, asombró al mismo Jesús. Una fe que se apoya en el amor tiene siempre respuesta por Dios. Porque, Él, precisamente es amor.