Lc 9, 18-22 |
Preguntas como: ¿a dónde voy?, ¿qué busco?,
o simplemente, ¿de quién me fío?, salen a relucir en algún momento de la
vida. A veces lo hacen por circunstancias concretas, y otras, porque algún
acontecimiento nos descoloca y nos obliga a mirar dentro de nosotros mismos.
En esa tesitura andaba Pedro cuando advirtió la
llegada de Manuel.
—Hola —le dijo—. Estaba dándole vueltas a la
cuestión del destino. Pienso que todos tenemos uno y que, tarde o temprano, nos
preguntaremos a dónde vamos. ¿Te lo has preguntado tú, Manuel?
—Es inevitable —respondió Manuel con serenidad—.
Desde que tomas conciencia de tu propia fragilidad, necesitas respuestas que
den sentido a esos interrogantes. Saber que caminas hacia la muerte no llena tu
vida ni satisface tus aspiraciones.
—¡Es verdad! —suspiró Pedro, dejando ver en su rostro un destello de esperanza.
—¡Claro que sí! —continuó Manuel—. Has nacido para vivir, y la muerte no es el final, sino un paso. Te das cuenta de eso desde el momento en que conoces a Jesús. Él es precisamente el Camino, la Verdad y la Vida que estabas —muchas veces sin saberlo— buscando.
—Sí… camino, verdad y vida… lo que todos anhelamos —murmuró Pedro pensativo.
—Pero qué pocos lo encuentran —añadió Manuel—, porque no miran para Quién es realmente ese Camino, Verdad y Vida.
Manuel hizo entonces una pausa y, con voz firme, recordó unas palabras del Evangelio:
—Mira, en (Lc 9, 18-22) Jesús pregunta a sus discípulos si saben quién es Él, por qué le siguen, qué esperan de Él. Esas mismas preguntas siguen resonando hoy.
La tertulia se quedó en silencio. Algunos, y especialmente Pedro, no terminaban de comprender del todo lo que significaban esas palabras. Hasta que uno de ellos levantó la mano:
—¿Y cómo encontramos ese camino, esa verdad y esa vida?
—En Jesús, el Hijo de Dios —respondió Manuel con convicción—. Así lo reconoció Pedro, iluminado por el Espíritu. En Él están todas las respuestas a los interrogantes que llevamos dentro.
—¡Es verdad! —suspiró Pedro, dejando ver en su rostro un destello de esperanza.
—¡Claro que sí! —continuó Manuel—. Has nacido para vivir, y la muerte no es el final, sino un paso. Te das cuenta de eso desde el momento en que conoces a Jesús. Él es precisamente el Camino, la Verdad y la Vida que estabas —muchas veces sin saberlo— buscando.
—Sí… camino, verdad y vida… lo que todos anhelamos —murmuró Pedro pensativo.
—Pero qué pocos lo encuentran —añadió Manuel—, porque no miran para Quién es realmente ese Camino, Verdad y Vida.
Manuel hizo entonces una pausa y, con voz firme, recordó unas palabras del Evangelio:
—Mira, en (Lc 9, 18-22) Jesús pregunta a sus discípulos si saben quién es Él, por qué le siguen, qué esperan de Él. Esas mismas preguntas siguen resonando hoy.
La tertulia se quedó en silencio. Algunos, y especialmente Pedro, no terminaban de comprender del todo lo que significaban esas palabras. Hasta que uno de ellos levantó la mano:
—¿Y cómo encontramos ese camino, esa verdad y esa vida?
—En Jesús, el Hijo de Dios —respondió Manuel con convicción—. Así lo reconoció Pedro, iluminado por el Espíritu. En Él están todas las respuestas a los interrogantes que llevamos dentro.
Esa pregunta —«¿quién dices que soy yo?»— no se quedó en el pasado. Hoy también nos la dirige el Señor a cada uno de nosotros. Y espera que respondamos no solo con palabras, como quien recita de memoria el catecismo, sino con nuestra vida, dejando que el seguimiento transforme lo que somos y lo que hacemos.
Pedro permaneció en silencio. Pero en su mirada había cambiado algo. Ya no buscaba respuestas en el aire: había descubierto que todas estaban en Él.
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