Lc 9, 7-9 |
«Muerto el perro, se acabó la rabia». Esta frase resume bien lo que
suele suceder a aquellos que molestan con su presencia, pero, sobre todo, con
su palabra. Muchas personas han sido borradas del mapa por sus actuaciones.
—Y es el gran obstáculo que impides a muchas personas honestas a salir a la palestra. El miedo a que los maten.
—¡Bienvenido, amigo Manuel, llegas en un momento oportuno! Hablamos del miedo a decir la verdad, y de lo que sucede a quien se atreve a proclamarla. —¿Estás de acuerdo?
—Podíamos recordar a muchos mártires de la verdad. Algunos famosos y otros no tanto. Es más, diría que cada día mueren muchos anónimos por defender la verdad.
—¿Y cuál es esa verdad? —preguntó uno de la tertulia muy interesado.
—La verdad está siempre del lado de los pobres, de los indefensos, de los excluidos, de los que son sometidos y privados de libertad.
—Pero … es que …
—Algunos —respondió Manuel— ante el balbuceo de uno que quiso intervenir, buscan el poder de su propio interés sometiendo a los demás, como le ocurrió a Juan el Bautista, decapitado por Herodes. En —Lc 9, 7-9— se narra esa vorágine del poderoso por acallar la boca de los que proclaman la verdad. Sin embargo, la verdad puede ser acallada un instante, pero nunca destruida.
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