viernes, 25 de noviembre de 2016

SEÑALES QUE NOS DESCUBREN EL REINO

(Lc 21,29-33)
Cuando descubrimos un brote verde en un árbol, sabemos que en él hay vida y también que se acerca el verano. Igual sucede con las señales que Jesús nos predijo, que al verla supiésemos que el Reino de Dios está cerca: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Todo brote de amor, de buena acción y de solidaridad nos hablan de la presencia de Dios. Cada día mantenemos una conversación con Él en la lectura del Evangelio y el humilde esfuerzo, por nuestra parte, de reflexionarla. Y cada día recibimos un toque de atención y de amor desde su Palabra que nos habla de su proximidad y cercanía. Sólo necesitamos estar atentos y abiertos a su Palabra. El Señor nos revela a cada instante su proximidad que se manifiesta en todos los acontecimientos de nuestra vida. 

Un simple brote verde, de la misma manera que nos anuncia una nueva vida, también nos descubre que el mundo camina y se mueve. Y que es la Mano de Dios quien lo mueve y lo dirige. Todo sucederá tal cual está previsto y profetizado y terminará. Sin embargo, la Palabra de Dios es eterna, siempre están ahí y nunca pasarán.

 Estemos pues atento a la Palabra de Dios. No dejemos ningún día de tener nuestro espacio de tiempo con y para Él. Reflexionemos el Evangelio, ya sea meditándolo y leyendo o simplemente compartiéndolo en esta humilde página, cuya finalidad no es otra sino esa: Compartir nuestra fe para fortalecernos y crecer en ella. Descubramos que todo lo que sucede nos anuncia un día nuevo, una vida nueva y un nuevo amanecer que explotará en dicha y alegría con la presencia del Señor.

jueves, 24 de noviembre de 2016

EL FINAL MARCA Y SEÑALA EL PRINCIPIO

(Lc 21,20-28)
No es cuestión de asustarse sino todo lo contrario. Nos alegramos y llenamos de esperanza, porque las señales de que el final se acerca representan para el creyente en Jesús la esperanza de que va a llegar la Gloria y la plenitud eterna. Todo lo contrario para aquel que pone sus esperanzas en este mundo y ve como se destruye y se acaba.

Experimentamos que el mundo se deteriora a paso agigantado. Vamos observando como la contaminación hace irrespirable los espacios donde vivimos. Todo va consumiéndose sin prisas, pero sin pausas. Y el hombre se siente impotente para pararlo. No hay marca atrás. El camino parece irreversible tal y como nos dice hoy Jesús: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito». ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén ... seguir leyendo.

Es, pues, necesario estar vigilantes y atentos. Pero no asustados. El creyente está siempre esperanzado y confiado en las Palabras del Señor. Para los creyentes los momentos finales de su vida, sea la hora de su muerte o porque tenga la dicha de estar presente en las horas finales del mundo, son los momentos más gloriosos, porque se acerca la liberación, eterna plena y gozosa junto al Padre.

Por eso, es bueno recordar que no estamos dejando pasar el tiempo bobamente ni tontamente. Esperamos la segunda venida del Señor. Esa venida donde nos viene a buscar para llevarnos a esa mansión que nos prepara junto al Padre. ¡Alabado y glorificado sea el Señor!

miércoles, 23 de noviembre de 2016

CONTRA VIENTO Y MAREA

(Lc 21,12-19)
El camino del cristiano no es camino llano. Es un camino con difícultades y no porque nos empeñemos nosotros en ello, sino porque nos lo ha dicho el mismo Jesús: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

No nos debe extrañar que el camino se nos ponga difícil y que tengamos que superar y soportar muchas e innumerables tentaciones y pruebas. De esta manera tenemos la posibilidad y la oportunidad de poder dar testimonio de nuestro seguimiento y amor al Señor. Sólo en la adversidad y en el camino difícil podemos dejar constancia de nuestro amor. Porque cuando todo es llano y sin difícultades es fácil manifestar que el amor.

Jesús pasó por todo eso y no es el discípulo mejor que el maestro. De modo que también nosotros tendremos que pasar por muchas pruebas. Pruebas no sólo interiores de dudas, de desánimo, de desfallecimiento, sino también pruebas de obstáculos, de impedimentos, de adversidades, de persecuciones y violencia. Pruebas que nos alejan del Señor y que exigen toda nuestra fuerza y perseverancia para mantenernos firmes y en el camino. Por eso, necesitamos la oración y el mantenernos apoyados los unos en los otros para, unidos, perseverar hasta el regreso del Señor.

martes, 22 de noviembre de 2016

JESÚS, EL SEÑOR, EL HIJO DE DIOS VIVO

(Lc 21,5-11)
No hay sino un Señor, un sólo Jesús de Nazaret y uno sólo es el Hijo de Dios Vivo. Y es que ocurre que muchas veces nos despistamos y nos confundimos. Así otros se aprovechan diciendo que los católicos adoramos a muchos dioses o a los santos. No hay sino un Dios y una sola Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y todo lo demás son personas a las que podemos venerar por su ejemplo y seguimiento al Señor, pero nada más.

Todo lo de aquí abajo tiene sus días contados. Todo quedará destruido, porque el Reino al que estamos llamados no es de este mundo, ni tampoco podemos imaginar cómo será ese otro mundo al que aspiramos y en el que encontraremos lo que buscamos: "el gozo y la felicidad eterna". Así que los templos y todo lo que concierne a ellos, sus bellezas y arquitectura, relieves y esculturas e imágenes, todo eso desaparecerá. 

No es que digamos que eso no vale ni sirve para nada, pero sí decimos que no son lo verdaderamente importante, aunque nos puedan ayudar como ejemplos y caminos para llegar al único y verdadero Señor. Y también tengamos cuidado con tantos mediadores y usurpadores que quizás, usando el nombre de Jesús, tratan de suplantarlo y confundirnos. Hay muchos peligros en el camino y necesitamos estar muy bien agarrados al único y verdadero Señor. 

Por eso y para eso ha sido enviado el Paráclito, el Espíritu Santo, que nos asiste, nos dirige y nos protege de todo peligro. Seamos fieles a su acción y dejémonos guiar por su sabiduría y su Gracia. No hay muchos dioses, porque donde manda patrón no manda marinero, dice el refrán. Ni tampoco muchos salvadores ni intercesores. Todos los somos en la medida que rezamos y nos mantenemos unidos en el Señor. Él nos ha dicho que pidamos con confianza todo lo que necesitamos. 

En ese sentido podemos también unirnos a los santos y a su Madre para, junto a ellos, suplicarle al Señor por nuestras necesidades tanto materiales como espirituales. Pero nunca olvidemos que el Señor es el Señor y no hay otro.

lunes, 21 de noviembre de 2016

CARIDAD ESCONDIDA

(Lc 21,1-4)
Sin lugar a duda la verdadera caridad es la que se esconde en nuestro corazón de manera silenciosa y sin dejarse ver. Es la caridad que no busca honores ni reconocimiento. Es la caridad que no da de lo que le sobra, sino que apuesta por todo y da de lo que tiene. Incluso de lo que necesita. Porque caridad no es dar de lo que puedes prescindir, sino de lo que tú tienes y el otro necesita.

Hoy Jesús nos da la pauta de lo que realmente es caridad. No se trata de dar ni tampoco sólo colaborar. Aún siendo esas actitudes buenas, se trata de un compromiso y una responsabilidad con aquellos que tienen menos y no les alcanza para vivir dignamente. Aquella viuda tenía poco, pero daba de lo que tenía hasta el punto de compartir las carencias de los otros con las de ella. Compartir significa partir lo tuyo con el otro. Y eso a veces representa sacrificios y renuncias.

La medida está representada por el desprendimiento de lo que damos. Dar pensando en nosotros sin asumir ningún riesgo de nuestras necesidades es como dar de lo que nos sobra. La caridad siempre estará medida por la disponibilidad de nuestra intención y el alcance de nuestro bolsillo. Es verdad que cuando se habla de eso solemos recogernos mucho. Pero también la caridad no está concretada sólo en el aspecto económico, también cuenta otras muchas cosas:  el tiempo, nuestra capacidad intelectual y manual, y todo aquello que pueda ser de utilidad para el bien común.

Tengamos en cuenta que al final de nuestra vida todo se reducirá a la cantidad de amor que hayamos compartido. Y eso está en relación directa con la generosidad de nuestras obras. Seamos, pues, dóciles a la Palabra del Señor y abramos nuestro corazón a la solidaridad con los demás.

domingo, 20 de noviembre de 2016

FIESTA DE CRISTO REY

Siempre he envidiado, sanamente, al buen ladrón. No sé si, imaginado que yo estuviese en su lugar, hubiese dicho lo mismo, pero esas palabras de Jesús son las que yo quisiera oír dirigidas a mí: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Y esa debe ser nuestra meta y nuestro principal objetivo, porque todo lo demás pierde todo su valor ante la caducidad a la que está sometida. La Cruz, fin de Jesús en este mundo nos descubre la realidad de nuestra trascendencia y nuestro destino. El Reino de Dios no es de este mundo y ese es el Reino al que nosotros aspiramos, a permanecer y vivir eternamente en gozo y plenitud junto a Él. Porque Él nos lo ha dicho y porque Él ha ido a prepararnos una mansión, Jn 14, 2, para, a su regreso, llevarnos con Él.

Hoy es un día grande porque proclamamos a Cristo Rey, y porque realmente su muerte en la Cruz lo descubre como Rey del Universo. La Cruz es la exaltación de Cristo. Lo dijo el mismo: "Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia Mí, Jn 12, 32. La Cruz es Gloria y exaltación de Cristo.

Es verdad, tampoco somos ajenos a eso porque Él nos lo ha repetido en numerosas ocasiones, que padeceremos persecuciones, burlas, sufrimientos y toda clase de peligros como le sucedió a El, pero todo eso valdrá la pena en la esperanza de escuchar esas palabras que Jesús dijo al buen ladrón. Y con esa esperanza e injertados en el Espíritu Santo caminamos por los trayectos y circunstancias que nuestra vida nos presenta, esforzándonos en vivir misericordiosamente como el Padre.

sábado, 19 de noviembre de 2016

LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN

(Lc 20,27-40)
Llega un momento que pensamos que esta vida tiene que acabar. He oído decir a mucha gente que no desearía vivir más allá hasta que pueda valerse por sí misma. La dependencia no gusta a nadie, sin embargo, puede ser la oportunidad que te abra las puertas de la vida eterna. Esa vida que todos, de alguna manera, tenemos en lo más profundo de nuestro corazón y anhelamos alcanzar.

Por un lado, porque aceptándola estás abrazando tu propia cruz, y, por otro, posibilitando a otros la oportunidad de amar al servirte. De cualquier forma llega un momento en que parece que esta vida no tiene más camino. Y apostar por ella no es de inteligente ni sirve para nada. Todo se quedará aquí y será para beneficio de otros mientras vivan. Pero es que, además, se desea su final para que empiece la otra, la que anhelamos y buscamos, al menos los que creemos, desde lo más profundo de nuestros corazones. Esa Vida Eterna plena y gozosa de felicidad.

La resurrección tiene sentido y lógica. Quizás no se puede entender, pero si intuir, y hasta desear. No queremos, cuando descubrimos la eternidad, continuar viviendo en la mediocridad. Deseamos la plenitud y le perdemos, sin por eso despreciarla, el miedo a la muerte. Sabemos, por la fe, que es el paso para la otra vida, la verdadera y eterna. Deseamos la plenitud que Jesús nos propone con su Autoridad y Palabra de Vida Eterna.

Es, entonces, cuando todo lo de aquí abajo pierde valor y peso. Nada tiene sentido si no hay esperanza en la resurrección. Es lo más sensato creer en ella y dejarnos guiar por la acción del Espíritu Santo. Apartarnos de nuestra razón que filtra por ella todas nuestras apetencias e intereses humanos y nos aleja de Dios al quererle entender, comprenderle y alcanzarle.

Dios se nos escapa a nuestra razón, y, por supuesto, también la otra vida. Rechacemos, pues, la tentación de querer entenderle y de dar explicación a todo. Sigamos unidos a y en la Iglesia, y al Papa, a quien ha dejado Jesús como guía, asistido por su Espíritu, para señalar el camino para todo su pueblo.