jueves, 18 de junio de 2015

TODO CONSISTE EN EL PERDÓN

(Mt 6,7-15)


Hoy nos lo deja claro el Señor, todo consiste en el perdón, porque si no somos capaces de perdonar, tampoco seremos perdonados nosotros. Así de simple, de sencillo y también de difícil y duro. La cuestión es perdonar, lo que supone amar, porque no se puede imaginar el perdón sin amor.

El simple hecho de perdonar es un acto de amor. Porque perdonar significa olvidar la ofensa, aceptar la amistad y generar de nuevo confianza. ¿No es eso amar? Porque el amor no son sentimientos, aunque formen parte de él, sino compromisos. Compromisos fraternos y de paz. Compromiso de unidad, de servicio, de entrega, de acogida, de aceptación, de escucha, de comprensión...etc.

 Compromisos que nos comprometan, valga la redundancia, en y para la lucha en construir un mundo mejor. Un mundo donde reine la verdad, la justicia y la paz. Un mundo donde renazca y florezca el verdadero Reino de Dios. Y toda esta tarea se sostiene en el perdón. Porque sin perdón no hay posibilidad de nada de esto. Si no, ¿cómo está el mundo? Hay amenazas de guerra porque no se contempla espacios y posibilidades de fraternidad y perdón.

Jesús nos enseña a rezar de forma sencilla y simple, porque sólo una cosa es necesaria, el amor a Dios, santificar su Nombre, y el amor a los hombres, que se refleja en el perdón. Todo nuestro amor a Dios tiene y debe reflejarse en el amor a los hombres, y ese amor pasa por el filtro del perdón. Sin perdón es difícil imaginar que haya amor. Y sin amor estás falseando la verdad y el amor a Dios.

No busques pedir perdón al Señor, sino que te será dado en la medida que tú perdones a los que te han ofendido. No hay escapatoria posible. Tienes que amar, porque amando serás capaz de encontrar la forma de perdonar. Y no miremos para otro lugar o persona que no sea el Señor. Él es el Modelo, la Referencia y el Icono a imitar.

Precisamente, lo que nos salva es el Amor de Dios y su Misericordia. Y nuestro Padre Dios tiene Misericordia con nosotros, es decir, nos perdona, porque nos ama. Sin Amor no habría posibilidad de Misericordia. El Amor de Dios es un Amor comprometido, que aún no siendo correspondido sigue incondicionalmente al pie del cañón y pendiente a cada uno de nosotros.

El camino está claro y sencillo de comprender. Pero experimentamos que nos es imposible alcanzarlo por nosotros mismos. Necesitamos pedírselo al Señor, y en eso consiste esta hermosa oración del Padre Nuestro. Perdónanos Señor nuestras ofensas, y danos tu Gracia para encontrar fuerza y sabiduría para perdonar nosotros también a todos aquellos que nos ofenden. Amén.

miércoles, 17 de junio de 2015

LA DOBLE INTENCIÓN



No jugamos limpio cuando actuamos con doble intención. Sobre todo cuando esa segunda intención busca otro fines que no son los de agradar y dar gloria a Dios. Ocurre que hacemos muchas cosas con esa finalidad, es decir, glorificarnos nosotros mismos. Y ocurre cuando en el fondo de nuestros actos permanece la idea de destacar, de que nos vean y de que vean lo bueno que somos.

Lo que importa y califica el acto es la raíz de la intención. No se trata de ser visto o no, sino que la acción sea movida por el amor a Dios, y no por el amor a ti mismo y para que te vean y seas ensalzado. Ocurre que tus intenciones son buenas, porque buscas la Gloria de Dios y actúas movido por el Espíritu, y si al mismo tiempo, sin pretenderlo, te ven y tus obras sirven para mover a otros, pues, bienvenido sea Dios, tus buenas intenciones hablan por sí mismo y agradan a Dios.

De la misma forma que necesitas la Gracia de Dios para, con y por su Amor, amar también tú, de la misma forma, a tus enemigos. También necesitas estar en íntima relación con el Señor para en la oración buscar espacios de silencio y fortaleza para desprenderte de, no sólo lo que te sobra, sino de lo que tienes y compartirlo con aquellos que no tienen. La posibilidad de ayunar y privarte de parte de lo que tienes para compartirla con otro, te llenará de la Gracia del Espíritu de Dios y fortalecerá tu espíritu llenándote de alegría y gozo.

Porque el Señor descubre lo que hay y guardas en tu corazón y verá con buenos ojos tus buenas intenciones. Y eso hará que no te preocupes ni busques la aprobación de los otros. Sólo interesa el Señor. El Señor es tu público y solo deben interesarnos sus aplausos. Los de los demás solo deben tener un significado afectivo, solidario o emotivo, pero nada más. Lo verdaderamente importante es el aplauso, por expresarlo de alguna manera, del Señor. Sabemos que el Señor no necesita aplaudirnos. Somos nosotros quienes debemos aplaudirle por tener la oportunidad de cumplir sus mandatos y con nuestra obligación, tal es, alabarlo y darle gracia.

De modo que, cuando hagas algo, no lo hagas buscando halagos, apariencias u otras intenciones. Hazlo para gloria de Dios, y, de no sentirlo, que nos puede pasar, pídele que así sea. Porque hasta eso, todo lo que hacemos, aún creyéndonos que lo hacemos nosotros, es por la Gracia de Dios.

Gracias Señor por tanta Gracia, valga la redundancia, y por tanto Amor. Quizás sea ese el mayor misterio de nuestra existencia. Porque existir es evidente y no podemos negarlo, pero experimentar tanto Amor de Ti, Señor, es algo que no nos cabe en la cabeza, o dicho de otra forma, somos tan limitados que nunca, solo cuando Dios quiera, podemos entenderlo.

martes, 16 de junio de 2015

AMAR AL PRÓJIMO AUNQUE SEA TU ENEMIGO

(Mt 5,43-48)


Hay una gran diferencia en el amor, digamos, común, y el amor verdadero. Porque el amor común es el amor natural y racional de la especie humana, pero el amor verdadero es el amor con el que nos ama el Dios Verdadero. Es el amor que nos propone Jesús y que nos enseña con su Vida y Palabra.

Es el amor con el que le envía su Padre del Cielo para que nos lo comunique y nos lo haga saber. Dios nos quiere con locura y, en Jesús, su único Hijo Verdadero, nos hace también a cada uno de nosotros sus hijos. Hijos adoptivos y coherederos con Jesús de su Gloria.

El hombre alberga en lo más profundo de su corazón ansias de amar. Necesita amar, pero su corazón mal herido entiende que ese amor que necesita dar exige correspondencia, y ama para ser amado. Y da, para recibir. Es un amor con resquicio de correspondencia y excluido de la gratuidad. Es la herida del pecado, que lo vuelve egoísta e, interesado. Eso explica las rupturas del amor, sobre todo en los matrimonios. 

Porque el amor no ha madurado y exige correspondencia y satisfacciones, y cuando estás ya han pasado porque llegan otros tiempos, se rebelan y se rompen. El amor necesita madurar y morir a su propio ego. Es la semilla que muere, de la que nos habla Jesús. Y muerta da frutos, los frutos del desprendimiento, de la entrega, de la paciencia, comprensión, humildad, servicio y unidad. Es entonces cuando el amor está preparado para amar a los enemigos, a los que te persiguen y amenazan de muerte.

Porque amar a los que te aman es formar capillas, sectas y fobias que excluyen a los que no amas, es decir, a los que son enemigos. No se puede explicar un Dios excluyente, porque no podría llamar a todos sus hijos. Y lo hace y los llama. Nuestro Padre Dios es un Dios de buenos y malos. Para todos hace salir el sol y manda la lluvia para que germine la tierra y les sirva de alimento. Es claro y lógico que el amor sea extensivo a todos los hombres, incluso a los enemigos.

Pero nos encontramos que el corazón del hombre no está preparado para tal proeza. Por eso, Jesús, el Hijo de Dios Verdadero, nos lo enseña y demuestra con su Vida y Pasión, perdonando y amando a todos hasta los últimos momentos en la Cruz. Y nos deja la asistencia del Paráclito, el Espíritu Santo, para que en Él recibamos las fuerzas y la capacidad necesaria para ablandar nuestros corazones y convertirlos en corazones de carne, suaves y bondadosos capaces de amar a los enemigos.

Sí, realmente en el Espíritu de Dios podemos amar a los enemigos. No es una utopía, y nos lo demuestran a diario todos los mártires que dan su vida perdonando y amando como Jesús les ha enseñado con su ejemplo. Verdaderamente necesitamos la Gracia de Dios para responder de forma gratuita al amor hacia los enemigos. Y aprovechamos para pedírsela.

lunes, 15 de junio de 2015

VENGANZA ORIGINA VENGANZA

(Mt 5,38-42)


Sabido es por todos que la venganza trae como consecuencia directa más venganza. Hay historias que se prolongan varias generaciones alimentadas por la venganza. En mi país, España, por ejemplo, la guerra civil sigue en la actualidad alimentando venganza entre los de izquierda y los de derecha.

La mal llamada memoria histórica tiene como base y alimento esa venganza, que subyace dentro de los que vivieron esa experiencia de enfrentamientos y la transmiten a su sucesores. Sólo el amor que sustenta el perdón, se vislumbran como el arma que puede acabar con esos deseos de venganza. No hay otro camino.

Jesús nos lo enseñó con su Pasión y Muerte de Cruz. No se reveló contra la injusticia de su condena, pero la denunció injusta, sin pruebas ni argumentos: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Buscar la paz; actuar con bondad y mansedumbre y pacíficamente, no significa resignarse y actuar renunciando a nuestros derechos, sino todo lo contrario, defenderlos sin violencia buscando la concordia, la justicia y la paz.

No es nada fácil, sobre todo cuando algunos quieren imponer sus criterios e intereses y están dispuestos a pasar por encima de sus hermanos. Ocurre como sucedió con Jesús. Nuestra vida queda amenazada porque estorba y denuncia la mentira y la falsedad. La violencia no es buena y revuelve el corazón del hombre, porque él está hecho para amar y no para violentarse. Y tarde o temprano comprende que su actitud violenta no le genera correspondencia de amor ni de paz.

Mientras no se proponga la verdad, la justicia y el perdón, difícilmente reinará el amor entre los hombres, y si eso no ocurre, la violencia se hará con el poder y el reinado será de injusticias, mentiras, luchas y poder. Estaremos lejos de Dios y enfrentados a una lucha de muerte. La violencia no tiene futuro, sino horizontes de muerte.

Aprendamos del Señor que fue bondadoso, generoso y manso, y estableció el Reino de su Padre Dios con la fuerza y el poder del amor. Amén.

domingo, 14 de junio de 2015

¿POR QUÉ CRECE LA SEMILLA?

(Mc 4,26-34)


Es un misterio en el que no nos hemos parado, pero, ¿sabemos por qué crece la semilla? Una semilla hundida en la tierra y ya está. Duermes o no, de día o de noche, la semilla crecerá y dará frutos. No hay quien la pare.

De la misma forma, la vida, concebida en la fecundación del óvulo por el espermatozoide, sigue su camino y terminará en un nuevo ser humano. Ambos ejemplos son misterios que el hombre conoce en su desarrollo y formación, pero no sabe el origen de su existencia.

El Reino de Dios es comparable a estos ejemplos. Es como una semilla que crece y cuando llega su madurez da frutos. La semilla del amor, plantada en el corazón del hombre, germina y crece y se desarrolla, y terminará por dar frutos. El hombre experimenta que está hecho para el amor, y cuando ese amor se ve interrumpido, sufre. Amar es la iniciativa del hombre, y toda su vida está orientada en esa línea. De forma que ir por otro camino le lleva a la perdición.

El Reino de Dios está en nosotros. Nuestro corazón está sembrado por el amor de Dios que nos riega con el agua de su Gracia. Nos cuida y abona para que esa semilla amorosa dé los frutos apetecidos que nuestro Padre Dios espera.

Pero debemos estar abiertos a los cuidados del Espíritu de Dios, y, sobre todo, a su Palabra. Esa Palabra que riega y cultiva la tierra de nuestro corazón y la hace crecer y fructificar en buenos y hermosos frutos de verdad, justicia y paz rociados de abundante amor. Una Palabra que, de las cosas más insignificantes y pequeñas, consigue los efectos y las obras de mayor alcance y consecuencias.

Una semilla pequeña que descubre y revela el poder de Dios al convertirse en un árbol de grandes dimensiones, que nos protege y cuida y nos da vida. Es el misterio de su Palabra, que nos conforta, nos anima, nos estimula y nos impulsa a dar y entregar todo lo mejor de nosotros mismos. 

Dios es un misterio que en su Hijo Jesús se nos revela cercano y se nos descubre como el Reino que esperamos y que vive en lo más profundo de nuestro corazón. Es el Reino que no llegamos a entender, pero que descubrimos que existe y late en nuestro corazón, y que en Palabra de Jesús se nos revela y descubre.

sábado, 13 de junio de 2015

EL LUGAR DE JESÚS

(Lc 2,41-51)


Aprovechando las circunstancias de la fiesta y el gentío, Jesús se pierde de la custodia de sus padres y permanece en el templo. Allí, durante tres días, mientras lo buscan, escucha y hace preguntas a los maestros. Todos los que le escuchan están asombrados por sus respuestas.

Jesús, aun siendo adolescente, llama la atención. Su autoridad y firmeza sorprende. Sin embargo, sus padres al descubrirle se quedan atónitos, y su madre le dice: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. La respuesta de Jesús descubre su futura misión: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

Jesús sabe para qué ha venido a este mundo, y cerca del ecuador del comienzo de su misión hace una incursión de lo que está llamado a hacer aproximadamente dieciocho años más tarde. Jesús sabe dónde está su lugar y cuál es su misión. Ahora, ¿sabemos nosotros cuál es nuestra misión? ¿Y el lugar? ¿Sabemos dónde tenemos que estar?

Lo primero es descubrir qué tenemos una misión, y lo segundo es tratar, auxiliados en y por el Espíritu Santo, de vivir y ponerla en práctica. Porque de nada sirve saber lo que tenemos o debemos hacer, si no lo tomamos en serio y lo llevamos a la vida de cada día. Estamos, por nuestro Bautismo, comprometidos a proclamar el Evangelio con nuestra vida según la Palabra de Dios. 

Hemos sido configurados en él como sacerdote, profetas y reyes, y hemos recibido el Espíritu Santo para, fortalecidos en su Espíritu, recibamos la capacidad de ser sal y luz que sale y alumbre esa porción de mundo donde cada uno de nosotros le ha tocado vivir.

Pidamos al Espíritu Santo la Gracia de dejarnos invadir por su luz y sabiduría, para derramarnos por su acción en la proclamación, de vida y palabra, del Evangelio. Amén.

viernes, 12 de junio de 2015

CREER EN ÉL Y DEJARNOS SALVAR

(Jn 19,31-37)


La muerte de Jesús está certificada. Una muerte de Cruz que los soldados comprobaron y, por eso, no le quebraron las piernas cumpliendo así la profesía: Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’.

Es evidente que Jesús murió, y eso da sentido y significado a su Resurrección. Si Dios Padre ha Resucitado a su Hijo, lo mismo hará con cada uno de nosotros, porque esa ha sido la misión por la que ha enviado a su Hijo a este mundo: salvarnos de la muerte del pecado.

Jesús nos lo revela y nos lo ha prometido en muchas ocasiones: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día (Jn 6 ,54);  "En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros" (Jn 14, 2). Y muchas más...

No seguimos a un cualquiera, ni a un profeta, ni a un líder religioso... Seguimos al Señor de la Vida y de la muerte. Seguimos al Creador del mundo, de todo lo visible e invisible. Seguimos a su Hijo Jesús, único Mediador de la Gracia de salvación que nos libera y nos salva, y que con su muerte nos ha rescatado para gloria de Dios limpiándonos de todo pecado.

De la misma forma, nosotros, tendremos que abandonar este mundo, por medio de la muerte, pero, de igual forma, resucitaremos en Él para gozar eternamente junto a la Gloria del Padre. Esa es nuestra esperanza y lo que nos sostiene, y el fundamento de nuestra fe. 

Jesús ha Resucitado y en Él nosotros también. La muerte ha sido vencida y ya no tiene poder sobre nosotros porque hemos sido liberados y rescatados por los méritos de Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre. Amen´