miércoles, 17 de junio de 2015

LA DOBLE INTENCIÓN



No jugamos limpio cuando actuamos con doble intención. Sobre todo cuando esa segunda intención busca otro fines que no son los de agradar y dar gloria a Dios. Ocurre que hacemos muchas cosas con esa finalidad, es decir, glorificarnos nosotros mismos. Y ocurre cuando en el fondo de nuestros actos permanece la idea de destacar, de que nos vean y de que vean lo bueno que somos.

Lo que importa y califica el acto es la raíz de la intención. No se trata de ser visto o no, sino que la acción sea movida por el amor a Dios, y no por el amor a ti mismo y para que te vean y seas ensalzado. Ocurre que tus intenciones son buenas, porque buscas la Gloria de Dios y actúas movido por el Espíritu, y si al mismo tiempo, sin pretenderlo, te ven y tus obras sirven para mover a otros, pues, bienvenido sea Dios, tus buenas intenciones hablan por sí mismo y agradan a Dios.

De la misma forma que necesitas la Gracia de Dios para, con y por su Amor, amar también tú, de la misma forma, a tus enemigos. También necesitas estar en íntima relación con el Señor para en la oración buscar espacios de silencio y fortaleza para desprenderte de, no sólo lo que te sobra, sino de lo que tienes y compartirlo con aquellos que no tienen. La posibilidad de ayunar y privarte de parte de lo que tienes para compartirla con otro, te llenará de la Gracia del Espíritu de Dios y fortalecerá tu espíritu llenándote de alegría y gozo.

Porque el Señor descubre lo que hay y guardas en tu corazón y verá con buenos ojos tus buenas intenciones. Y eso hará que no te preocupes ni busques la aprobación de los otros. Sólo interesa el Señor. El Señor es tu público y solo deben interesarnos sus aplausos. Los de los demás solo deben tener un significado afectivo, solidario o emotivo, pero nada más. Lo verdaderamente importante es el aplauso, por expresarlo de alguna manera, del Señor. Sabemos que el Señor no necesita aplaudirnos. Somos nosotros quienes debemos aplaudirle por tener la oportunidad de cumplir sus mandatos y con nuestra obligación, tal es, alabarlo y darle gracia.

De modo que, cuando hagas algo, no lo hagas buscando halagos, apariencias u otras intenciones. Hazlo para gloria de Dios, y, de no sentirlo, que nos puede pasar, pídele que así sea. Porque hasta eso, todo lo que hacemos, aún creyéndonos que lo hacemos nosotros, es por la Gracia de Dios.

Gracias Señor por tanta Gracia, valga la redundancia, y por tanto Amor. Quizás sea ese el mayor misterio de nuestra existencia. Porque existir es evidente y no podemos negarlo, pero experimentar tanto Amor de Ti, Señor, es algo que no nos cabe en la cabeza, o dicho de otra forma, somos tan limitados que nunca, solo cuando Dios quiera, podemos entenderlo.

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