Es un misterio en el que no nos hemos parado, pero, ¿sabemos por qué crece la semilla? Una semilla hundida en la tierra y ya está. Duermes o no, de día o de noche, la semilla crecerá y dará frutos. No hay quien la pare.
De la misma forma, la vida, concebida en la fecundación del óvulo por el espermatozoide, sigue su camino y terminará en un nuevo ser humano. Ambos ejemplos son misterios que el hombre conoce en su desarrollo y formación, pero no sabe el origen de su existencia.
El Reino de Dios es comparable a estos ejemplos. Es como una semilla que crece y cuando llega su madurez da frutos. La semilla del amor, plantada en el corazón del hombre, germina y crece y se desarrolla, y terminará por dar frutos. El hombre experimenta que está hecho para el amor, y cuando ese amor se ve interrumpido, sufre. Amar es la iniciativa del hombre, y toda su vida está orientada en esa línea. De forma que ir por otro camino le lleva a la perdición.
El Reino de Dios está en nosotros. Nuestro corazón está sembrado por el amor de Dios que nos riega con el agua de su Gracia. Nos cuida y abona para que esa semilla amorosa dé los frutos apetecidos que nuestro Padre Dios espera.
Pero debemos estar abiertos a los cuidados del Espíritu de Dios, y, sobre todo, a su Palabra. Esa Palabra que riega y cultiva la tierra de nuestro corazón y la hace crecer y fructificar en buenos y hermosos frutos de verdad, justicia y paz rociados de abundante amor. Una Palabra que, de las cosas más insignificantes y pequeñas, consigue los efectos y las obras de mayor alcance y consecuencias.
Una semilla pequeña que descubre y revela el poder de Dios al convertirse en un árbol de grandes dimensiones, que nos protege y cuida y nos da vida. Es el misterio de su Palabra, que nos conforta, nos anima, nos estimula y nos impulsa a dar y entregar todo lo mejor de nosotros mismos.
Dios es un misterio que en su Hijo Jesús se nos revela cercano y se nos descubre como el Reino que esperamos y que vive en lo más profundo de nuestro corazón. Es el Reino que no llegamos a entender, pero que descubrimos que existe y late en nuestro corazón, y que en Palabra de Jesús se nos revela y descubre.
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