sábado, 22 de octubre de 2016

LA VIRTUD DE LA PACIENCIA

(Lc 13,1-9)

En ocasiones pensamos que las cosas que nos pasan son castigos o consecuencias de nuestro mal actuar. Y la relacionamos como frutos de nuestros pecados. Y, los que escapamos o nos libramos de eso, pensamos que se debe a nuestro bien proceder. Necios somos si concluimos en esa apreciación, porque no somos mejores que los otros, a pesar de que muchos sufran desventuras o tragedias. 

Todos somos de condición pecadora y todos necesitamos la misericordia de Dios para salvarnos. Es ella la que nos sostiene y nos llena de esperanza. No por nuestros méritos, sino por el amor de Dios. A cada cual le será dado la oportunidad del perdón y todo en la medida de lo que ha recibido. En cierta ocasión, Jesús, dijo: "El que no la conoce y hace cosas que merecen azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se le confió mucho, se le pedirá más" (Lc 12, 28).

No cabe ninguna duda que todos serán juzgados según sus circunstancias y dones recibido. Por eso nadie puede compararse con nadie, y menos aparentar lo que no es. Es el caso de la higuera del Evangelio de hoy. Porque una higuera tiene que dar frutos, pues esa es su misión y ha sido plantada para ello. Algo ocurre si no hay fruto. No se pude ocupar un lugar simplemente con las apariencias y bajo la hipocresía. Porque de ahí no pueden salir frutos.

Sin embargo, las Misericordia de Dios nos salva y nos da la oportunidad de recuperarnos, de levantarnos y de despojarnos de esa actitud de apariencia e hipocresía. La Misericordia y la Infinita Paciencia del Señor. En ellas descansamos y apoyamos nuestra esperanza, que exige un sincero arrepentimiento y una constante y perseverante conversión cada día de nuestra vida. Pidamos esa Gracia y confiemos en recibirla.

viernes, 21 de octubre de 2016

MIRANDO EL PRONOSTICO DEL TIEMPO

(Lc 12,54-59)

Es casi una costumbre mirar el tiempo. Yo mismo lo acostumbro a hacer cada día, y muchas veces a cada hora. A veces estamos expectante por si llueve o por si va a hacer viento. Sin embargo, no acostumbramos a mirar que nos dice la Palabra de Dios cada día. Afortunadamente, y doy gracias a Dios, personalmente me importa más la Palabra de Dios que lo que nos diga el tiempo. Aunque sin dejar, por eso, de tener los pies en la tierra.  El tiempo también es importante porque nos afecta en nuestra manera de vivir.

Cada día medito y reflexiona la Palabra de Dios. De eso son ustedes, queridos compañeros, que me visitan a diario, mis testigos. Una Palabra de Dios que comparto con ustedes y que me consta que muchos de ustedes también guardan y reflexionan cada día. Y es que el verdadero norte de nuestras vidas es la Palabra de Dios. Sin ella el hombre va a la deriva y sin rumbo y su destino es la perdición.

El mundo nos está descubriendo que eso es una realidad. Los hombres y mujeres se confunden y los valores que sostienen la vida se desmoronan. Se pierde el sentido común, de justicia, de verdad, de respeto y los pueblos y ciudades se convierten en selvas donde el peligro, la lucha y el terror está detrás de cada esquina. El hombre no está hecho para vivir de esa manera. El hombre ha sido creado para vivir en paz y gozo pleno.

El Evangelio de hoy nos habla precisamente de eso, de caminar cada día mirando y reflexionando la Palabra de Dios, y de saber valorar y juzgar lo que realmente es justo. ¿Es qué no sabemos si esto está bien o mal? ¿Es qué no sabemos emplear nuestro sentido común? ¿Lo hemos perdido?

Indudablemente, sin la mirada serena, sincera y de buena intención, confiada y reflexionada, desde el Evangelio, la Palabra de Dios, el hombre perderá su vida y su camino. Porque se confundirá y se perderá arrastrado por la ambición y codicia, apoyada en su soberbia, que este mundo le ofrece despertando su egoísmo y sus apetencias en la oscuridad de las tinieblas.

jueves, 20 de octubre de 2016

PONTE EN MARCHA Y PRENDE TU CORAZÓN DEL FUEGO DE AMOR

(Lc 12,49-53)
Esa es la consigna, caminar en la esperanza de que el mundo será mejor con tu aportación y tu pequeño y humilde trabajo. Pero, para eso tienes que arder, tienes que quemarte y quemar también toda esa parte del mundo que se te ha entregado. Quemarla de amor, de ganas de vivir, de deseos de perfección como Jesús nos ha dicho, Mt 5, 46-48.

Jesús tiene deseos de prender el mundo de ese fuego de amor. Arde en deseo de que la caridad habite entre los hombres y surja la inquietud por establecer la concordia y la fraternidad. En ese sentido Jesús nos inquieta y nos pone en movimiento. No trae la paz, sino que busca la guerra que haga surgir del corazón de los hombres el amor. El verdadero amor que ponga paz dentro y fuera de cada hombre, y, por supuesto, en la convivencia y fraternidad de los pueblos.

Esa es la pregunta que nos cuestiona el Evangelio de hoy. ¿Hay paz en nuestro corazón producto del deseo y la inquietud de amar y hacer el bien y que se cumpla la justicia? ¿Tratamos de vivir esa paz que nace del esfuerzo de nuestros corazones? Al menos, experimentándonos pobres, humildes y sin posibilidades de cambiar la trayectoria de este mundo, confiamos en el poder de nuestro Padre y se lo pedimos? ¿Rezamos y trabajamos en la medida de las posibilidades que cada uno tiene para que este mundo viva en la Voluntad de Dios.

Pidamos que nuestros corazones queden prendidos de ese fuego que Jesús prende al mundo y que, no sólo arda dentro de nuestro corazón, sino que también prenda en otros corazones. Confiemos en aquellas palabras con las que Jesús (Lc 18, 1-8), hace días, nos invitaba a hacer nuestras peticiones de forma insistentes y perseverantes.

miércoles, 19 de octubre de 2016

¿LO VES CLARO?

(Lc 12,39-48)
¿Estás atento y preparado? Se te ha dicho claramente en este Evangelio: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».  Y obviarlo es tu responsabilidad.

¿Acaso los que han recibido dones extraordinarios, tanto físicos como intelectuales, han hecho méritos para merecerlos? ¿No los han recibido gratuitamente? Y si es así, ¿no tienen la responsabilidad de compartirlos y ponerlos al servicio del bien común? Es esto lo que se nos dice claramente en el Evangelio de hoy: « ¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor,... le señalará su suerte entre los infieles». 

Tus cualidades te has sido regaladas para administrarlas para el bien de todos y quienes así lo hagan y se esfuercen recibirán la aprobación del Señor, la sabiduría y la fortaleza para saber emplearlas y defenderlas para el bien y provecho de todos. Esos serán los fieles y buenos administradores. Por el contrario, todos aquellos que sean sorprendidos haciendo lo que les viene en gana y para su propio placer y provecho, serán condenados.

Se nos dice muy claro: «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más». 

Todos recibiremos en la medida que también hayamos recibido talentos. La parábola de los talentos nos despeja también las dudas que se nos puedan presentar. Tú tienes una misión y unas cualidades, y es de eso de lo que se te pedirá cuenta. Pero, ¡cuidado!, porque no vale esconderse ni evadirse para no conocer la Voluntad del Señor. Se refiere a aquellos que, por las circunstancias de la vida han vivido en circunstancias adversas, lugares inhóspitos o se les ha ocultado y perseguido impidiéndoles conocerla.

Pidamos fortaleza y sabiduría para que, en el Espíritu Santo, podamos ir viviendo y realizando la Voluntad que el Señor nos ha encomendado en nuestra vida.

martes, 18 de octubre de 2016

OVEJAS ENTRE LOBOS

(Lc 10,1-9)
Ayer fue un día de esos que experimentas en tu propia carne lo que dice el Evangelio. Entré en un grupo y expresé mi opinión y se encendió la hoguera. Es cierto que en muchas casas no somos bien recibidos, e incluso somos expulsados. Y el Señor nos dice que nos vayamos tranquilamente, sacudiéndonos el polvo de nuestras sandalias.

Al final no se acepta lo que dice la historia y el testimonio de aquellos que conocieron personalmente y vivieron con Jesús. Se aceptan otras historias, pero esa es falsa e inaceptable. No se actúa igual ni se mide por el mismo rasero la historia del mundo y la historia de Dios. En definitiva, se acepta lo que a ti te parece y se niega aquello con lo que tú no estás de acuerdo.

Se teme o cuesta mucho decir, no creo, pero respeto a los que creen. Se ve sólo los errores y pecados, pero no las buenas obras y testimonios. Se distorsiona la realidad y se niega, justificándola para darse la razón. Son los auto engaños que nos impide al menos dejar la duda de tu poca fe. Se confunde la Iglesia separándola de su fundador. En fin, estamos como ovejas entre lobos. Mejor no se puede explicitar.

Haya paz, y en donde se reciba esa paz, compartámosla y recibámosla con serenidad y alegría. Y abandonémosno en las Manos del Señor. Es Él quien evangeliza y convierte nuestra torpeza humana en acciones y actos que alumbran e iluminan su Gloria. Tengamos confianza en Él y confiemos que la razón, la buena razón, emerja  de la verdadera realidad humana.

No  nos desanimemos y, con serenidad, confianza y paciencia, pongámosno en Manos del Espíritu Santo que convertirá nuestro actuar en luz para los que obcecados y ciegos se obstinan en rechazar al Señor.

lunes, 17 de octubre de 2016

VIVIR LA VIDA, ¿Y DESPUÉS...?

Lc 12, 13-21

La vida es breve y también impresible, y queremos sacarle el mayor provecho posible. Pensando con criterios humanos buscamos riqueza y poder, porque creemos que con eso podemos ser felices y ponemos todo nuestro empeño en centrarnos ahí. Pronto descubrimos que todo no es tan sencillo como pensabamos y nos damos cuenta que no todo lo que reluce, aun con dinero y salud, es oro. Porque nuestra vida tiene un recorrido donde hay también un final.

Rompemos nuestra amistad con Dios por cosas y bienes de este mundo, hasta el punto que la herencia que nos dejan nuestros padres son centro y motivo de discordia y separación de las familias. Nos cuesta mucho ver que todo lo de aquí abajo es caduco. De nada nos vale vivir placenteramente un poco tiempo para luego perder lo verdaderamente valioso y eterno.

Hoy, Jesús nos quiere advertir de ese peligro y nos cuenta la parábola de aquel hombre que teniendo una abundante y buena cosecha pensó en almacenarla en unos grandes graneros y con los beneficios darse una vida llena de placeres y fiestas. Sin embargo no había tenido en cuenta que su vida le iba a ser reclamada. Y es que nuestra vida no nos pertenece y en cualquier momento podemos perderla.

¿De quién y para quien será todo lo que tengamos? No tiene ningún sentido vivir de forma egoísta y pensando en darnos buena vida cuando hay muchas necesidades y otros que lo pasan mal. Nuestra mayor riqueza se encuentra en Dios, nuestro Padre. Lo que cuenta en nuestra vida es atesorar obras de amor que satisfagan la Voluntad de nuestro Padre. Obras de amor que consistan en servir y ayudar a los más necesitados y pobres.

Pidamos ese conocimiento y sabiduría para no centrar nuestra vida en la riqueza ni en los bienes de este mundo, sino en tener a Dios como centro y mayor Tesoro de nuestra vida.

domingo, 16 de octubre de 2016

CERCA DE DIOS SIN DEJAR DE PEDIR


(Lc 18,1-8)
El refrán dice que quien no llora no mama. Y eso quiere significar la necesidad que hay de insistir en nuestras peticiones. Porque, por nuestra débil humanidad, parece que no obedecemos a la primera y hay que repetir las cosas insistentemente. El Evangelio de hoy nos recuerda esa necesidad por boca del mismo Jesús. Nos invita a ser constante e insistente en nuestras oraciones de petición.

En otra ocasión nos dijo:  "Pidan y se les dará" (Lc 11, 9). Jesús quiere que pidamos, porque eso descubre confianza. Quien pide es porque confía en que se le dará, y por eso insiste. Tanto es así que nos cuenta la parábola del juez injusto, donde, precisamente, es una viuda la que insiste al juez que, no por temor de Dios ni a los hombres, termina por atenderla para que no le importune más.

¿No hará nuestro Padre Dios más que ese juez injusto si le insistimos y le pedimos? ¿Acaso no ha entregado a su único Hijo, el Señor, a una muerte de Cruz para salvarnos? ¿Y no nos va a escuchar y a darnos lo que realmente nos conviene? ¡Claro que sí! Dios es nuestro Padre y nos dará todo lo que le pidamos si es para nuestro bien. Y nuestro bien es liberarnos de la esclavitud del pecado para vivir eternamente junto a nuestro Padre Dios. Plenamente en gozo y felicidad.

Ahora, no nos dejemos vencer porque no veamos o no comprendamos lo que sucede en nuestras vidas. Pensemos que con nuestros padres de la tierra nos ha sucedido algo parecido. Nos han exigido cosas que quizás nosotros no comprendíamos y no nos gustaban, pero, ahora, ya de mayores, lo comprendemos. Eran para nuestro bien.

No dejemos de insistir constantemente y de pedir con confianza. Seamos constante para que cuando llegue el Señor, como nos ha prometido en su segunda venida, encuentre fe sobre la tierra.