(Lc 12,54-59) |
Es casi una costumbre mirar el tiempo. Yo mismo lo acostumbro a hacer cada día, y muchas veces a cada hora. A veces estamos expectante por si llueve o por si va a hacer viento. Sin embargo, no acostumbramos a mirar que nos dice la Palabra de Dios cada día. Afortunadamente, y doy gracias a Dios, personalmente me importa más la Palabra de Dios que lo que nos diga el tiempo. Aunque sin dejar, por eso, de tener los pies en la tierra. El tiempo también es importante porque nos afecta en nuestra manera de vivir.
Cada día medito y reflexiona la Palabra de Dios. De eso son ustedes, queridos compañeros, que me visitan a diario, mis testigos. Una Palabra de Dios que comparto con ustedes y que me consta que muchos de ustedes también guardan y reflexionan cada día. Y es que el verdadero norte de nuestras vidas es la Palabra de Dios. Sin ella el hombre va a la deriva y sin rumbo y su destino es la perdición.
El mundo nos está descubriendo que eso es una realidad. Los hombres y mujeres se confunden y los valores que sostienen la vida se desmoronan. Se pierde el sentido común, de justicia, de verdad, de respeto y los pueblos y ciudades se convierten en selvas donde el peligro, la lucha y el terror está detrás de cada esquina. El hombre no está hecho para vivir de esa manera. El hombre ha sido creado para vivir en paz y gozo pleno.
El Evangelio de hoy nos habla precisamente de eso, de caminar cada día mirando y reflexionando la Palabra de Dios, y de saber valorar y juzgar lo que realmente es justo. ¿Es qué no sabemos si esto está bien o mal? ¿Es qué no sabemos emplear nuestro sentido común? ¿Lo hemos perdido?
Indudablemente, sin la mirada serena, sincera y de buena intención, confiada y reflexionada, desde el Evangelio, la Palabra de Dios, el hombre perderá su vida y su camino. Porque se confundirá y se perderá arrastrado por la ambición y codicia, apoyada en su soberbia, que este mundo le ofrece despertando su egoísmo y sus apetencias en la oscuridad de las tinieblas.
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