sábado, 29 de abril de 2023

LA ENSEÑANZA DEL PESO DE LA VIDA

Nadie puede escapar al sufrimiento y a las cargas que cada día la vida, tu propia vida, te va presentando y exigiendo. No podrás avanzar sin, primero aceptar y luego soportar y superar las cargas de cada día. Cargas que vienen dadas por la vida de forma accidental, circunstancial y, sobre todo, por el pecado de los hombres.

Y quieras o no. Lo aceptes o no, ese es el camino que te presenta la vida. No trates de engañarte buscando la solución a tu felicidad en los fines de semanas. Todo eso está bien que lo aproveches para descansar, para disfrutar y, sobre todo, para darte cuenta de que la vida, la verdadera vida está dentro de ti.

Esa felicidad que buscas vive en tu corazón. Un corazón contagiado y herido por el pecado, pero llamado por amor a purificarse y ser feliz eternamente. ¡Despierta y recapacita! Entiende y reflexiona humildemente y busca el alivio verdadero que puede aliviarte no en un fin de semana sino eternamente. Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios Vivo te lo dice claramente en el Evangelio de hoy y en el de todos los días. Aprovecha eso fines de semanas para dedicarle unos minutos y pensar en sus palabras. En ellas se esconde esa felicidad que buscas y que mal gastas buscándola en otros lugares donde no está.

No permitas que el tiempo pase inútilmente, aprovéchalo y reflexiona. Levanta tu mirada y mira a quien realmente tienes que mirar. Él te dará lo que realmente tú deseas. No hay otro que te lo pueda dar. La felicidad se esconde en ese estilo de vida que Jesús vivió y nos enseñó: amar viviendo en la verdad, sirviendo al más necesitado, al más pobre y al que lo necesita. Amar tratando de que nuestro corazón sea lo más parecido al de Jesús, el Señor.

viernes, 28 de abril de 2023

UN AMOR PLENO

Todos, o casi todos, hemos experimentado los efectos y consecuencias de estar enamorados. Perdemos la noción del tiempo y la vida nos parece hermosa y apasionante. Deseamos que no se acabe nunca y gozamos con la sola presencia del ser amado. Es algo tan hermoso que nos llena plenamente. Y algo tan grande y hermoso no puede ser efímero y acabar. Debe ser duradero y eterno. Al menos eso es lo que desearían todos los enamorados y lo que expresan y manifiestan todas las historias de amor, de verdadero amor.

Porque el amor que termina no es verdadero. Es un amor fundado en la pasión, en el deseo, en el interés y en el propio egoísmo. Claro, ese amor si tiene el tiempo contado. Su fin llega desde que desaparezca la pasión y con ella el deseo, o acabe el interés y el egoísmo busque nuevas satisfacciones.

Es evidente que los discípulos de Jesús no estaban en esa tesitura con respecto a Jesús. No habían experimentado ese amor pleno que Jesús les daba con su Vida y sus Obras. Quizás lo que les mantenía a su lado era el deseo de tener un puesto privilegiado en ese Reino del que le oían hablar a Jesús. Los de Zebedeo lo reflejaron meridianamente.

Jesús, con su Vida y Obras, nos presenta y anuncia como es el Amor del Padre. Un amor pleno, entregado, dado enteramente hasta el extremo de ofrecer a su Hijo en una muerte de cruz. Un amor que no solo supera y está por encima de lo superficial sino que penetra hasta lo más profundo del corazón. Un amor que se hace vida y alimento para dar vida eterna.

Es evidente que si se hubiese entendido ese amor infinito misericordioso, muchos discípulos al oír hablar a Jesús no se hubiesen marchado. Porque, su muerte es el paso para luego sacramentalmente continuar dándose como alimento espiritual y esperanza de Vida Eterna. Sintoma de que muchos no le entendieron lo manifiestan sus retiradas. Y los que permanecieron a su lado no fue por entenderlo sino porque aún sin entender creyeron en Jesús.

Algo así nos puede estar pasando a nosotros hoy y ahora. Seguimos en el camino a pesar de muchas dudas, tentaciones, adversidades, incomprensines y malos testimonios incluso dentro de la propia Iglesia. Pero seguimos, y esa es nuestra fuerza y esperanza. El Espíritu nos mantiene y nos fortalece y cada paso adelante es una batalla ganada que afirma y fortalece nuestra fe.

jueves, 27 de abril de 2023

El PAN DE VIDA

Hemos oído muchas veces decir: Esto es el pan de mis hijos. Sobre todo cuando hablamos de trabajo o de otra circunstancia donde nuestra subsistencia de ganarnos la vida está en juego. Es evidente que pensamos en nuestra familia y hacemos todo lo que podamos por darle y proveerle lo que necesita para una vida digna.

Pero ¿y dónde está el pan que nos da esa Felicidad que buscamos? Y no una simple felicidad caduca y pasajera sino la Felicidad con mayúscula. Esa Felicidad que es Eterna. Es decir, para siempre.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos lo deja muy claro: En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

¿Está claro? En mi humilde opinión bastante claro. Otra cosa muy diferente es que no nos quepa ese inmenso misterio en la cabeza. Observemos que Jesús lo sabe y nos lo advierte desde el principio poniendo énfasis en sus Palabras: En verdad, en verdad les digo: el que cree…

La cuestión está muy clara, se trata de fe, de creer en la Palabra de Jesús que por y con sus obras y vida, sobre todo su posterior Resurrección, da credibilidad y confianza. En muchas ocasiones he dicho que nosotros tenemos más ventajas que los mismos apóstoles que necesitaron los cincuenta días hasta Pentecostés para asegurarse y experimentar que Jesús estaba Vivo. Había Resucitado. 

Nosotros tenemos el testimonio de esos apóstoles, mujeres y discípulos y muchos creyentes más que a lo largo de la historia de la Iglesia nos han ido dando testimonio de la Resurrección de nuestro Señor Jesús. Por tanto, la cuestión es fiarnos de la Palabra de nuestro Señor y confiar que, cuando Él lo decida, nuestra fe se fortalezca hasta el extremo de verlo claramente.

miércoles, 26 de abril de 2023

ESCONDIDO EN LAS COSAS SENCILLAS

En muchas ocasiones nos afanamos en transmitir los mensajes de forma compleja y sofisticada. Llenamos lo sencillo y natural de complejidad, de métodos y estrategia que al final queda disperso, oscuro y ambiguo.

Siempre me ha maravillado el Evangelio. Lo he dicho en muchos momentos cuando he tenido oportunidad. La forma de exponer, nuestro Señor Jesús, las enseñanzas son tan claras, tan sencillas y entendibles por todos que no hace falta ni siquiera saber leer sino simplemente escucharlas. La sal, la luz, el pan, el agua, la levadura, la puerta, la moneda…etc. estampas cotidianas de nuestra vida que nos señalan como debemos actuar y que sorprendentemente es lo que deseamos y tenemos enraizados profundamente en nuestro corazón.

Todos queremos vivir en la verdad, tener paz y tanto amar como ser amado. Pues bien, la Buena Noticia de forma tan clara y sencilla nos descubre con hermosa profundidad esos sentimientos que duermen dentro de nuestro corazón. Precisamente en el Evangelio de hoy se nos habla de la sal y la luz. ¿Quién no entiende lo que nos dice el Señor?

De forma sencilla, amena y a la altura de todos, sin ninguna exclusión entendemos que ser sal significa dar sabor con buenas obras, con la verdad por delante, con alegría y con gozo no solo a nuestra vida sino a todo lo que nos toca o con lo que nos relacionamos. Ser sal significa contagiar del sabor del amor y la misericordia que nos viene del Señor a todo lo que tocamos.

Y somos luz cuando alumbramos el camino de nuestra vida con esas buenas obras cargadas de verdad, de justicia y de amor gratuito y misericordioso. Somos luz cuando a través de nuestra vida vamos alumbrando el camino por donde encontramos la verdad, la justicia, la fraternidad, el gozo y alegría de sabernos hijos de Dios y invitados a vivir en plenitud eternamente. Tratemos, pues, de ser sal y luz.

martes, 25 de abril de 2023

CADA CUAL DESDE SU ATALAYA

Es posible que muchos descubran que tiene que salir a otros lugares, pero también hay muchos que viven en lugares concretos bien sea por origen o por circunstancias. Cada pueblo tiene su idiosincrasia y su lugar y en ellos habrá que misionar y proclamad la Buena Noticia.

Muchas veces me he preguntado, discerniendo sobre las misiones, que no solo en los lugares donde hace falta misionar y proclamar la Palabra de Dios hacen falta misioneros. También se necesitan en los pueblos, en las ciudades, en los colegios, en los trabajos, en las familias y en el lugar que Dios te haya puesto.

Todos estamos llamados a la misión. Misión de anunciar la Buena Noticia desde nuestra atalaya y desde nuestra vida con el ejemplo del buen testimonio, la palabra y las buenas obras. Y sin diferencias con aquellos primeros misionados – los apóstoles – y con los mismos poderes desde la fortaleza de nuestra fe. Y es que no es cosa que se nos ocurra a nosotros sino que es Palabra de Dios: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Miremos cuantas veces vencemos y expulsamos esos demonios de tristeza, desconfianza, dudas, seducciones, tentaciones y abatimientos que nos amenazan y cuantas veces ayudamos a otros a que los expulsen de sus atormentados corazones con nuestras oraciones y compartir en la fe. ¿No observamos como podemos abatir el mal y vencerlo con y por el amor fortalecido en el Espíritu Santo y aliviar la angustia de otras personas. Sí, es cuestión de poner atención, escuchar, discernir y darnos cuenta de que los signos prometidos están vigentes y actualizados en todos los bautizados y apoyados en la fe en el Señor. La Palabra del Señor tiene cumplimiento.

lunes, 24 de abril de 2023

¿QUÉ BUSCAMOS EN EL SEGUIMIENTO A JESÚS?

Es natural que sintamos un impulso fuerte en nuestra voluntad movida por nuestro egoísmo cuando descubrimos algo que nos interesa. Comer gratis siempre interesa y más cuando la comida no es tan abundante o no tan fácil de conseguir.

Aquella gente se había quedado fascinada por Jesús. Se habían hartado hasta saciarse y le buscaban interesados en conseguir lo que necesitaban. Le habían descubierto como alguien que les podía solucionar muchos problemas y necesidades. ¿Será esa también nuestra actitud de búsqueda del Señor? Podemos preguntarnos serenamente cual es el motivo por el que yo quiero seguir a Jesús.

Sucede que, quizás sin darnos cuenta, estamos en la Iglesia porque nos interesa, porque nos relaciona para conseguir beneficios que nos interesan. O también somos consciente de ello y lo hacemos porque descubrimos que a través de fingir un seguimiento a Jesús conseguimos otras cosas de este mundo que nos interesan más. La cuestión es plantearnos esta búsqueda seriamente y responder también seriamente y en consecuencia.

Porque, claro está, seguir a Jesús comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay seguimiento que valga. El amor nace y se prueba en el dolor y sufrimiento. Ahora sé de algunas personas que están al lado de sus seres queridos sufriendo con ellos la enfermedad que les afecta y les amenaza sus vidas. Están porque les necesitan y responden a esa necesidad. Pregunto: ¿no es eso amar?; ¿no es eso una cruz?

Amar es aceptar no solo la alegría sino también el dolor y sufrimiento. Fue precisamente eso lo que nos enseña Jesús hasta el extremo de dar su Vida por la nuestra. Seguirle exige hacer lo mismo. Y si son otros intereses los que nos mueven a seguirle nos equivocamos.

domingo, 23 de abril de 2023

¡SEÑOR, QUEDATE CON NOSOTROS!

Por experiencia sabemos que la vida está llena de fracasos, desilusiones y también de alegrías. Pero puestas en la balanza experimentamos que hay tanto de una parte como de otra. Sin embargo, sucede que siempre estamos en el camino de alcanzar la satisfacción, nunca quedamos plenamente felices y nos vemos impulsados a seguir buscando. 

Experimentar un encuentro con el Señor se hace fundamental. Sin él no reaccionamos ni arde nuestro corazón. Sí, podemos creer, amar y ser buenas personas pero necesitamos experimentar la presencia en nuestro corazón del Señor Resucitado. Y por mucho que hagamos y cumplamos, solo un verdadero encuentro con Jesús hará que nuestro corazón arda de amor y misericordia.

No me pidas la receta ni como se puede buscar ese encuentro. Yo ni nadie lo sabe. Es algo personal e intransferible. Eres tú y el Señor. Sí, hay un camino: búscalo, cree en Él, intenta escucharle y persevera con paciencia y paz. Ten siempre presente que Él está ahí, dentro de ti esperándote. Si no se te ha insinuado será que quiere probarte, fortalecer tu fe, ejercitarte y … Realmente solo Él sabe lo que nos conviene y lo que necesitamos. A ti y a mí nos toca creer en su presencia, confiarnos a Él y perseverar con un corazón abierto a su escucha, Palabra y voluntad. Amén.