Es natural que
sintamos un impulso fuerte en nuestra voluntad movida por nuestro egoísmo
cuando descubrimos algo que nos interesa. Comer gratis siempre interesa y más
cuando la comida no es tan abundante o no tan fácil de conseguir.
Aquella gente se
había quedado fascinada por Jesús. Se habían hartado hasta saciarse y le
buscaban interesados en conseguir lo que necesitaban. Le habían descubierto
como alguien que les podía solucionar muchos problemas y necesidades. ¿Será esa
también nuestra actitud de búsqueda del Señor? Podemos preguntarnos serenamente
cual es el motivo por el que yo quiero seguir a Jesús.
Sucede que, quizás
sin darnos cuenta, estamos en la Iglesia porque nos interesa, porque nos relaciona
para conseguir beneficios que nos interesan. O también somos consciente de ello
y lo hacemos porque descubrimos que a través de fingir un seguimiento a Jesús
conseguimos otras cosas de este mundo que nos interesan más. La cuestión es
plantearnos esta búsqueda seriamente y responder también seriamente y en
consecuencia.
Porque, claro
está, seguir a Jesús comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay seguimiento que
valga. El amor nace y se prueba en el dolor y sufrimiento. Ahora sé de algunas
personas que están al lado de sus seres queridos sufriendo con ellos la
enfermedad que les afecta y les amenaza sus vidas. Están porque les necesitan y
responden a esa necesidad. Pregunto: ¿no es eso amar?; ¿no es eso una cruz?
Amar es aceptar no solo la alegría sino también el dolor y sufrimiento. Fue precisamente eso lo que nos enseña Jesús hasta el extremo de dar su Vida por la nuestra. Seguirle exige hacer lo mismo. Y si son otros intereses los que nos mueven a seguirle nos equivocamos.
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