En muchas ocasiones
nos afanamos en transmitir los mensajes de forma compleja y sofisticada.
Llenamos lo sencillo y natural de complejidad, de métodos y estrategia que al
final queda disperso, oscuro y ambiguo.
Siempre me ha
maravillado el Evangelio. Lo he dicho en muchos momentos cuando he tenido
oportunidad. La forma de exponer, nuestro Señor Jesús, las enseñanzas son tan
claras, tan sencillas y entendibles por todos que no hace falta ni siquiera
saber leer sino simplemente escucharlas. La sal, la luz, el pan, el agua, la
levadura, la puerta, la moneda…etc. estampas cotidianas de nuestra vida que nos
señalan como debemos actuar y que sorprendentemente es lo que deseamos y
tenemos enraizados profundamente en nuestro corazón.
Todos queremos vivir
en la verdad, tener paz y tanto amar como ser amado. Pues bien, la Buena
Noticia de forma tan clara y sencilla nos descubre con hermosa profundidad esos
sentimientos que duermen dentro de nuestro corazón. Precisamente en el Evangelio
de hoy se nos habla de la sal y la luz. ¿Quién no entiende lo que nos dice el
Señor?
De forma sencilla,
amena y a la altura de todos, sin ninguna exclusión entendemos que ser sal significa
dar sabor con buenas obras, con la verdad por delante, con alegría y con gozo no
solo a nuestra vida sino a todo lo que nos toca o con lo que nos relacionamos.
Ser sal significa contagiar del sabor del amor y la misericordia que nos viene
del Señor a todo lo que tocamos.
Y somos luz cuando alumbramos el camino de nuestra vida con esas buenas obras cargadas de verdad, de justicia y de amor gratuito y misericordioso. Somos luz cuando a través de nuestra vida vamos alumbrando el camino por donde encontramos la verdad, la justicia, la fraternidad, el gozo y alegría de sabernos hijos de Dios y invitados a vivir en plenitud eternamente. Tratemos, pues, de ser sal y luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.