lunes, 6 de octubre de 2025

LA FE ES UN REGALO QUE EXIGE IMPLICARSE

Mt 7, 7-11
     Pedro estaba sorprendido. No podía creer lo que escuchaba de aquel amigo de la tertulia, Javier, que confesaba con naturalidad su falta de fe a pesar de haber oído tantas veces hablar de Jesús. No resistió la tentación de preguntarle:

    —¿Por qué te cuesta tanto creer en Él? ¿Acaso piensas que todo lo que se dice no es verdad?
    —Tengo mis dudas —respondió Javier con honestidad.
  —¿Y a qué se deben? —intervino Manuel—. ¿Esperas pruebas absolutas que te obliguen a creer? Si todo estuviera tan claro como pides, sobrarían la Pasión del Señor, la proclamación de la Palabra y los milagros.
  —No lo sé… —titubeó Javier—. No me siento motivado ni dispuesto a cambiar lo que pienso. Lo que el Señor me pide me parece demasiado.
  —La fe —dijo Manuel— es un regalo, sí, pero no se entrega como algo automático o indiferente a ti. Es un don que espera ser deseado, acogido, amado. Es, en el fondo, el Amor que quiere ser amado.
   —Lo admito —dijo Javier—, poco hago de mi parte. Estoy cómodo donde estoy y no quiero salir de ahí.
   —Claro. La fe solo llega —y gratuitamente— a quienes la piden, la buscan y llaman a la puerta con el corazón abierto. Solo quienes reconocen sus límites pueden confiar plenamente y ponerse en manos de su Padre Dios.
 
    La alabanza y el agradecimiento brotan del corazón cuando reconocemos todo como don y no como mérito, cuando nos sabemos agraciados por el amor del Señor. Y para que ese amor sea auténtico, Dios nos ha creado libres: sin libertad, la encarnación no tendría sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.