martes, 23 de junio de 2015

INTENTALO, VIVE LA EXPERIENCIA DE OCUPAR EL LUGAR DEL OTRO

(Mt 7,6.12-14)


No es cuestión de juzgar ni criticar, sino de valorar los actos de los demás desde una vivencia personal de los mismos. No cabe duda que cuando intentas recomponer los hechos que han llevado a otro a cometer errores, y tratas de vivenciarlos en tu vida, comprendes las dificultades y la posibilidad de equivocarte.

Entonces es cuando estás en situación de entender y comprender el fracaso o error de otra persona. Es fácil caer en el error de criticar y juzgar a bote pronto, y emitir juicios prematuros y sin el conocimiento profundo de vivir esa experiencia. Todo sería diferente si, pacientemente, tratásemos de construir los hechos desde la realidad de experimentarlos personalmente.

Hoy en el Evangelio, Jesús nos habla de cuidarnos de su Gracia. Gracia recibida de su Amor a los que se abren a ella. No se pueden desperdiciar entre aquellos que, siendo hijos, se cierran a recibirla, e incluso la rechazan. De igual forma, el amor nos exige compartir, y compartir lo que buscamos para nosotros mismos. Amar establece querer para otros lo mismo que deseas y quieres para ti. Volvemos a repetirlo porque no hay otra forma mejor de decirlo: Ocupar el lugar del otro es la mejor experiencia que nos ayuda a entenderlo y comprenderlo, y también a amarlo.

Porque el amor es precisamente eso, buscar y desear el bien, que buscas y deseas para ti. Es transmitir esa felicidad que descubres en tu relación con Jesús a aquellos que no la han descubierto, la ignoran o la rechazan sin conocerla. Es simplemente dar lo que descubres que es bueno para ti y lo puede ser para los otros.

Y se hace difícil vivir esas actitudes. Exige una constante renuncia y asumir muchos rechazos y dificultades que obstaculizan tus buenas intenciones. La puerta se estrecha mucho hasta el punto que el camino se hace muy sacrificado, incluso llegando en algunos momentos a la amenaza de martirio. Por el contrario, la puerta ancha es la de la despreocupación, la de las apariencias de felicidad, de comodidad, de bienestar y la de los intereses egoístas. Es mucho más fácil seguirla y caben todos y todo.

Pero, sabemos por experiencia, que al final ese camino lleva a la perdición. Lo hemos vivido y conocido en muchos amigos y personas conocidas. La felicidad que buscamos no es la que da el poder, ni las riquezas, ni tampoco el alcohol, el sexo o la fama y privilegios. Son felicidades y gozos efímeros, caducos y que nos llevan al vacío y la perdición.

La verdadera felicidad sabemos que está en vivir una vida entregada a amar de verdad. Un amor que se experimenta en el dar y servir. En buscar el bien del otro de la misma forma que lo buscas para ti.

lunes, 22 de junio de 2015

AL JUZGAR PONTE EN EL LUGAR DEL OTRO

(Mt 7,1-5)


Supongo que esa es la actitud correcta, la de ponerse en lugar del otro, porque así nuestro juicio será bueno y sensato, y vendrá cargado de buenas intenciones fraternas que nos ayuden a corregirnos y mejorar. Creo que eso es lo que Jesús nos advierte en el Evangelio de hoy, porque también, en otro momento, nos anima a corregir fraternamente a nuestros hermanos cuando advertimos su mala conducta.

No se trata, pues, de juzgar a la ligera y sin tener en cuenta nuestra misma conducta, que a veces también deja mucho que desear y comete los mismos o peores errores. Se trata de ser positivo y tener una actitud fraterna y bien intencionada al tratar de corregir y denunciar los fallos que cometemos, tantos propios como del prójimo. Se trata de sumar, de favorecer circunstancias positivas, de mejorar y de perfeccionarse.

Se trata de, antes de mirar al otro, mirarte tú mismo, y descubrir, quizás, la viga en tu ojo antes de criticar y denunciar la mota del otro. Ese es el sentido del juicio. Porque juicios hay que hacer para discernir el buen camino o el malo. Y al hacerlo estamos ya juzgando. No podremos decidir si esto está bien hecho o mal sin antes emitir un previo juicio. Jesús nos habló en parábolas y nos ayudó a discernir el buen camino y a juzgar el camino malo para, conociéndolo, desecharlo y descartarlo.

Está claro que el Señor nos aclara que lo importante son las buenas intenciones del corazón. Juzgar con amor no es acusar ni desprestigiar a nadie, sino tratar de ayudarle a advertir que se aleja del buen camino y se aventura por otros peligrosos que ponen en peligro su vida. Se trata de descubrir la necesidad del Buen Pastor y de permanecer en el seguro y verdadero redil. Las tentaciones del mundo pueden confundirnos y llevarnos a cañadas y peligros desconocidos y con malas intenciones.

Tratemos de limpiar primero nuestras propias vigas de nuestros oscuros ojos, para ver claro y, entonces, atrevernos a juzgar con un corazón limpio y fraterno las motas o errores en los ojos de los demás. Porque de esa manera seremos capaces de arrojar luz y misericordia de la Mano del Espíritu Santo en el corazón de los demás.

Pidamos al Espíritu de Dios la Gracia de saber  juzgar desde el amor injertado en el Señor.

domingo, 21 de junio de 2015

Y, HOY, TODAVÍA SEGUIMOS PREGUNTÁNDOTE, SEÑOR

(Mc 4,35-41)


No hemos parado de preguntarle al Señor. Continuamos haciéndolo porque surgen muchos interrogantes que nos interpelan y nos dejan perplejo. No entendemos lo ocurrido en los campos nazis de refugiado durante la segunda guerra mundial; no entendemos el hambre y la sed que padece África y otros lugares del mundo. Menos entendemos las migraciones que se suceden en pleno siglo XXI y que son carne de explotación y esclavitud en los países de destino.

Sí, hemos levantado la mirada y dirigida al Cielo le hemos preguntado al Señor: ¿Dónde estás Dios mío? ¿Por qué permites que estas cosas sucedan? Observamos impotente los devastadores tsunami, huracanes y terremotos que devastan pueblos enteros y que suceden en zonas pobres y débiles. Y qué quizás nosotros no socorremos como deberíamos hacer o ayudar para que no suceda de forma tan mortífera e indefensa.

En estos casos no se trata de falta de confianza, sino de no hacer las cosas como se tendrían que hacer. Porque el mundo tiene recursos para evitar estas situaciones puntuales o para que no sean tan devastadoras. Sabemos que no existe la solidaridad necesaria, no tanto a esos momentos, sino a tener una ayuda y preparación para formarse y prepararse para evitarlos cuando llegue la hora. Se hace necesario preparar y darles a esos pueblos las herramientas necesarias para que sean capaces de proveerse todo lo que necesitan.

Pero, a pesar de todo eso, debemos saber y confiar que Jesús está entre nosotros. Y nos dará la fuerza y el valor que necesitamos para afrontar las diversas situaciones. Esos son los miedos que tenemos que quitar de nuestros corazones. Debemos confiar que nuestro trabajo diario por hacer justicia y buscar la verdad, para encender la fraternidad entre los pueblos, está supervisado por el Ojo de Dios, y que Él nos proveerá y dará todo lo que necesitemos para que la justicia y la verdad primen por encima de todo.

Así ocurrió aquel día con los apóstoles en la barca. Asustados le despertaron, y Jesús les interpeló de cobardes y de poca fe. Igual nos ocurre a nosotros. Nos asustamos por todo lo que sucede a nuestro derredor. Sentimos miedo de las persecuciones y posiblemente por nuestros fracasos. Pero no olvidemos nunca que Jesús está con nosotros. 

Nos lo ha prometido Él, y su Palabra siempre se cumple. Perdona Señor nuestra osadía y atrevimiento. Danos el don de la fe y la confianza en tu Palabra, porque sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna. Amén.

sábado, 20 de junio de 2015

PREOCUPADOS POR EL TENER

(Mt 6,24-34)


Todos tenemos un lugar donde guardarnos nuestros tesoros. Y nos preocupamos por estar abastecidos de esos tesoros. Aparte, tenemos un cuenta en el Banco y nos esforzamos por tenerla llena. Esa es nuestra realidad, ¿para qué engañarnos? Al menos confieso que es la mía.

Es verdad que compartimos, pero, al menos yo, no sé si comparto lo que debo o lo que me sobra. O miro con mucho cuidado de que mi bolsillo no se resienta mucho. No puedo ocultar mi condición pecadora, y sería un iluso si así lo hiciera. Mi Padre del Cielo me conoce y sabe todos mis movimientos, ¿cómo voy a engañarles? Mejor desnudar mi corazón y entregarme tal y como soy, porque sólo así el Médico puede curarme. Dios necesita mis heridas para saciarlas.

Hay que entender lo del ejemplo de los pájaros. Al menos yo creo comprenderlo, pensando que Dios me ha regalado lo necesario para procurarme y proveerme de lo que necesito. Tenemos unos talentos que empleamos para obtener lo necesario para la vida. Nuestros padres de la tierra se han preocupado en exigirnos esfuerzo y trabajo para prepararnos para la vida y que podamos procurarnos lo que necesitamos. 

De igual forma, nuestro Padre del Cielo nos ha dado los talentos necesario para conseguir lo que necesitamos para la vida, y para compartir con los más débiles y necesitados. No todos tienen lo mismo, por lo que los más fuertes deben ayudar a los más débiles. Unos han recibido más pensando que esos dones deben ponerlo al servicio de los que más lo necesitan. Ahí se esconde el egoísmo de atesorar tesoros y pensar de forma egoísta en mí olvidándome de los demás.

Debemos tener en cuenta y confiar que el Señor no nos va a abandonar, ni a dejar de darnos todo aquello que necesitamos. Nos dará siempre lo necesario y mejor según nos convenga. Es posible que yo no esté de acuerdo, o no entienda el camino ni la forma de cómo lo hace el Señor, pero mi fe y confianza es absoluta en abandonarme a su Providencia y cuidados. 

¡Claro!, resulta que me ha dado una cierta autonomía para colaborar o rechazar sus proyectos, y, en parte, hasta dónde Él ha querido, dependerá de mí que las cosas vayan de acuerdo con su Voluntad, que es protegerme, cuidarme y sanarme. Me quiere tanto que ha permitido que yo decida.

Espero, Señor, no defraudarte, y te pido la prometida asistencia del Espíritu Santo no dejarla pasar para ser aprovecharla hasta llegar a encontrarse contigo.

viernes, 19 de junio de 2015

CUANDO HAY LUZ LAS COSAS ESTÁN CLARAS

(Mt 6,19-23)


Suele ocurrir que cuando no tenemos las cosas claras es porque nuestras intenciones no son tampoco claras. Y terminamos diciendo: "Ya lo tengo claro, hago esto y lo otro..." Desde el momento que hemos tomado una decisión correcta, la luz se ha hecho. Porque de tomar una mala o injusta, nuestra conciencia nos deja intranquilos y confusos.

Nos afanamos en amontonar muchas cosas, pero de poco nos vale en cuanto esas cosas son caducas y terminan por desaparecer. No queremos ver y nos dejamos tapar por la oscuridad. Sabemos que los bienes y riquezas de este mundo terminan por desaparecer, pero seguimos en nuestro papel y no cambiamos. Tenemos los ojos enfermos y vendados y no vemos lo que está ocurriendo a nuestro derredor.

Nuestro objetivo es ganar, amontonar bienes y riqueza y ser más grandes que los demás. No nos importa otra cosa, sino el poder y la grandeza. Buscamos la admiración de los otros y despertar sus envidias, a pesar de que sólo conseguimos sufrir, cargarnos de problemas y de disgustos y de ser infelices.

Jesús nos propone un nuevo proyecto:«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Este es el mejor proyecto, porque es un proyecto que no se acaba, que permanece. Es un proyecto de futuro y eso es lo verdaderamente importante, el futuro. Porque de nada vale lo bueno de las cosas si sólo son para un momento. Queremos y deseamos que las cosas, sobre todo las buenas y gozosas, duren y permanezcan, y esas son las que nos ofrece Jesús, las buenas obras hechas desde la limpieza del corazón y las buenas intenciones.

Obras alumbradas por la luz de la verdad y la justicia, que buscan permanecer para siempre, porque son los tesoros que no se corrompen porque están custodiados y sostenidos en el amor.

jueves, 18 de junio de 2015

TODO CONSISTE EN EL PERDÓN

(Mt 6,7-15)


Hoy nos lo deja claro el Señor, todo consiste en el perdón, porque si no somos capaces de perdonar, tampoco seremos perdonados nosotros. Así de simple, de sencillo y también de difícil y duro. La cuestión es perdonar, lo que supone amar, porque no se puede imaginar el perdón sin amor.

El simple hecho de perdonar es un acto de amor. Porque perdonar significa olvidar la ofensa, aceptar la amistad y generar de nuevo confianza. ¿No es eso amar? Porque el amor no son sentimientos, aunque formen parte de él, sino compromisos. Compromisos fraternos y de paz. Compromiso de unidad, de servicio, de entrega, de acogida, de aceptación, de escucha, de comprensión...etc.

 Compromisos que nos comprometan, valga la redundancia, en y para la lucha en construir un mundo mejor. Un mundo donde reine la verdad, la justicia y la paz. Un mundo donde renazca y florezca el verdadero Reino de Dios. Y toda esta tarea se sostiene en el perdón. Porque sin perdón no hay posibilidad de nada de esto. Si no, ¿cómo está el mundo? Hay amenazas de guerra porque no se contempla espacios y posibilidades de fraternidad y perdón.

Jesús nos enseña a rezar de forma sencilla y simple, porque sólo una cosa es necesaria, el amor a Dios, santificar su Nombre, y el amor a los hombres, que se refleja en el perdón. Todo nuestro amor a Dios tiene y debe reflejarse en el amor a los hombres, y ese amor pasa por el filtro del perdón. Sin perdón es difícil imaginar que haya amor. Y sin amor estás falseando la verdad y el amor a Dios.

No busques pedir perdón al Señor, sino que te será dado en la medida que tú perdones a los que te han ofendido. No hay escapatoria posible. Tienes que amar, porque amando serás capaz de encontrar la forma de perdonar. Y no miremos para otro lugar o persona que no sea el Señor. Él es el Modelo, la Referencia y el Icono a imitar.

Precisamente, lo que nos salva es el Amor de Dios y su Misericordia. Y nuestro Padre Dios tiene Misericordia con nosotros, es decir, nos perdona, porque nos ama. Sin Amor no habría posibilidad de Misericordia. El Amor de Dios es un Amor comprometido, que aún no siendo correspondido sigue incondicionalmente al pie del cañón y pendiente a cada uno de nosotros.

El camino está claro y sencillo de comprender. Pero experimentamos que nos es imposible alcanzarlo por nosotros mismos. Necesitamos pedírselo al Señor, y en eso consiste esta hermosa oración del Padre Nuestro. Perdónanos Señor nuestras ofensas, y danos tu Gracia para encontrar fuerza y sabiduría para perdonar nosotros también a todos aquellos que nos ofenden. Amén.

miércoles, 17 de junio de 2015

LA DOBLE INTENCIÓN



No jugamos limpio cuando actuamos con doble intención. Sobre todo cuando esa segunda intención busca otro fines que no son los de agradar y dar gloria a Dios. Ocurre que hacemos muchas cosas con esa finalidad, es decir, glorificarnos nosotros mismos. Y ocurre cuando en el fondo de nuestros actos permanece la idea de destacar, de que nos vean y de que vean lo bueno que somos.

Lo que importa y califica el acto es la raíz de la intención. No se trata de ser visto o no, sino que la acción sea movida por el amor a Dios, y no por el amor a ti mismo y para que te vean y seas ensalzado. Ocurre que tus intenciones son buenas, porque buscas la Gloria de Dios y actúas movido por el Espíritu, y si al mismo tiempo, sin pretenderlo, te ven y tus obras sirven para mover a otros, pues, bienvenido sea Dios, tus buenas intenciones hablan por sí mismo y agradan a Dios.

De la misma forma que necesitas la Gracia de Dios para, con y por su Amor, amar también tú, de la misma forma, a tus enemigos. También necesitas estar en íntima relación con el Señor para en la oración buscar espacios de silencio y fortaleza para desprenderte de, no sólo lo que te sobra, sino de lo que tienes y compartirlo con aquellos que no tienen. La posibilidad de ayunar y privarte de parte de lo que tienes para compartirla con otro, te llenará de la Gracia del Espíritu de Dios y fortalecerá tu espíritu llenándote de alegría y gozo.

Porque el Señor descubre lo que hay y guardas en tu corazón y verá con buenos ojos tus buenas intenciones. Y eso hará que no te preocupes ni busques la aprobación de los otros. Sólo interesa el Señor. El Señor es tu público y solo deben interesarnos sus aplausos. Los de los demás solo deben tener un significado afectivo, solidario o emotivo, pero nada más. Lo verdaderamente importante es el aplauso, por expresarlo de alguna manera, del Señor. Sabemos que el Señor no necesita aplaudirnos. Somos nosotros quienes debemos aplaudirle por tener la oportunidad de cumplir sus mandatos y con nuestra obligación, tal es, alabarlo y darle gracia.

De modo que, cuando hagas algo, no lo hagas buscando halagos, apariencias u otras intenciones. Hazlo para gloria de Dios, y, de no sentirlo, que nos puede pasar, pídele que así sea. Porque hasta eso, todo lo que hacemos, aún creyéndonos que lo hacemos nosotros, es por la Gracia de Dios.

Gracias Señor por tanta Gracia, valga la redundancia, y por tanto Amor. Quizás sea ese el mayor misterio de nuestra existencia. Porque existir es evidente y no podemos negarlo, pero experimentar tanto Amor de Ti, Señor, es algo que no nos cabe en la cabeza, o dicho de otra forma, somos tan limitados que nunca, solo cuando Dios quiera, podemos entenderlo.