(Mc 4,35-41) |
No hemos parado de preguntarle al Señor. Continuamos haciéndolo porque surgen muchos interrogantes que nos interpelan y nos dejan perplejo. No entendemos lo ocurrido en los campos nazis de refugiado durante la segunda guerra mundial; no entendemos el hambre y la sed que padece África y otros lugares del mundo. Menos entendemos las migraciones que se suceden en pleno siglo XXI y que son carne de explotación y esclavitud en los países de destino.
Sí, hemos levantado la mirada y dirigida al Cielo le hemos preguntado al Señor: ¿Dónde estás Dios mío? ¿Por qué permites que estas cosas sucedan? Observamos impotente los devastadores tsunami, huracanes y terremotos que devastan pueblos enteros y que suceden en zonas pobres y débiles. Y qué quizás nosotros no socorremos como deberíamos hacer o ayudar para que no suceda de forma tan mortífera e indefensa.
En estos casos no se trata de falta de confianza, sino de no hacer las cosas como se tendrían que hacer. Porque el mundo tiene recursos para evitar estas situaciones puntuales o para que no sean tan devastadoras. Sabemos que no existe la solidaridad necesaria, no tanto a esos momentos, sino a tener una ayuda y preparación para formarse y prepararse para evitarlos cuando llegue la hora. Se hace necesario preparar y darles a esos pueblos las herramientas necesarias para que sean capaces de proveerse todo lo que necesitan.
Pero, a pesar de todo eso, debemos saber y confiar que Jesús está entre nosotros. Y nos dará la fuerza y el valor que necesitamos para afrontar las diversas situaciones. Esos son los miedos que tenemos que quitar de nuestros corazones. Debemos confiar que nuestro trabajo diario por hacer justicia y buscar la verdad, para encender la fraternidad entre los pueblos, está supervisado por el Ojo de Dios, y que Él nos proveerá y dará todo lo que necesitemos para que la justicia y la verdad primen por encima de todo.
Así ocurrió aquel día con los apóstoles en la barca. Asustados le despertaron, y Jesús les interpeló de cobardes y de poca fe. Igual nos ocurre a nosotros. Nos asustamos por todo lo que sucede a nuestro derredor. Sentimos miedo de las persecuciones y posiblemente por nuestros fracasos. Pero no olvidemos nunca que Jesús está con nosotros.
Nos lo ha prometido Él, y su Palabra siempre se cumple. Perdona Señor nuestra osadía y atrevimiento. Danos el don de la fe y la confianza en tu Palabra, porque sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna. Amén.
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