Todos tenemos un lugar donde guardarnos nuestros tesoros. Y nos preocupamos por estar abastecidos de esos tesoros. Aparte, tenemos un cuenta en el Banco y nos esforzamos por tenerla llena. Esa es nuestra realidad, ¿para qué engañarnos? Al menos confieso que es la mía.
Es verdad que compartimos, pero, al menos yo, no sé si comparto lo que debo o lo que me sobra. O miro con mucho cuidado de que mi bolsillo no se resienta mucho. No puedo ocultar mi condición pecadora, y sería un iluso si así lo hiciera. Mi Padre del Cielo me conoce y sabe todos mis movimientos, ¿cómo voy a engañarles? Mejor desnudar mi corazón y entregarme tal y como soy, porque sólo así el Médico puede curarme. Dios necesita mis heridas para saciarlas.
Hay que entender lo del ejemplo de los pájaros. Al menos yo creo comprenderlo, pensando que Dios me ha regalado lo necesario para procurarme y proveerme de lo que necesito. Tenemos unos talentos que empleamos para obtener lo necesario para la vida. Nuestros padres de la tierra se han preocupado en exigirnos esfuerzo y trabajo para prepararnos para la vida y que podamos procurarnos lo que necesitamos.
De igual forma, nuestro Padre del Cielo nos ha dado los talentos necesario para conseguir lo que necesitamos para la vida, y para compartir con los más débiles y necesitados. No todos tienen lo mismo, por lo que los más fuertes deben ayudar a los más débiles. Unos han recibido más pensando que esos dones deben ponerlo al servicio de los que más lo necesitan. Ahí se esconde el egoísmo de atesorar tesoros y pensar de forma egoísta en mí olvidándome de los demás.
Debemos tener en cuenta y confiar que el Señor no nos va a abandonar, ni a dejar de darnos todo aquello que necesitamos. Nos dará siempre lo necesario y mejor según nos convenga. Es posible que yo no esté de acuerdo, o no entienda el camino ni la forma de cómo lo hace el Señor, pero mi fe y confianza es absoluta en abandonarme a su Providencia y cuidados.
¡Claro!, resulta que me ha dado una cierta autonomía para colaborar o rechazar sus proyectos, y, en parte, hasta dónde Él ha querido, dependerá de mí que las cosas vayan de acuerdo con su Voluntad, que es protegerme, cuidarme y sanarme. Me quiere tanto que ha permitido que yo decida.
Espero, Señor, no defraudarte, y te pido la prometida asistencia del Espíritu Santo no dejarla pasar para ser aprovecharla hasta llegar a encontrarse contigo.
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