Suele ocurrir que cuando no tenemos las cosas claras es porque nuestras intenciones no son tampoco claras. Y terminamos diciendo: "Ya lo tengo claro, hago esto y lo otro..." Desde el momento que hemos tomado una decisión correcta, la luz se ha hecho. Porque de tomar una mala o injusta, nuestra conciencia nos deja intranquilos y confusos.
Nos afanamos en amontonar muchas cosas, pero de poco nos vale en cuanto esas cosas son caducas y terminan por desaparecer. No queremos ver y nos dejamos tapar por la oscuridad. Sabemos que los bienes y riquezas de este mundo terminan por desaparecer, pero seguimos en nuestro papel y no cambiamos. Tenemos los ojos enfermos y vendados y no vemos lo que está ocurriendo a nuestro derredor.
Nuestro objetivo es ganar, amontonar bienes y riqueza y ser más grandes que los demás. No nos importa otra cosa, sino el poder y la grandeza. Buscamos la admiración de los otros y despertar sus envidias, a pesar de que sólo conseguimos sufrir, cargarnos de problemas y de disgustos y de ser infelices.
Jesús nos propone un nuevo proyecto:«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.
Este es el mejor proyecto, porque es un proyecto que no se acaba, que permanece. Es un proyecto de futuro y eso es lo verdaderamente importante, el futuro. Porque de nada vale lo bueno de las cosas si sólo son para un momento. Queremos y deseamos que las cosas, sobre todo las buenas y gozosas, duren y permanezcan, y esas son las que nos ofrece Jesús, las buenas obras hechas desde la limpieza del corazón y las buenas intenciones.
Obras alumbradas por la luz de la verdad y la justicia, que buscan permanecer para siempre, porque son los tesoros que no se corrompen porque están custodiados y sostenidos en el amor.
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