lunes, 20 de octubre de 2025

NO ES CUESTIÓN DE TENER

Lc 12, 13-21

    Estaba peleado con su hermano. Quería quedarse con todo y no sabía cómo hacerlo. De repente, buscando la forma de lograrlo, se le ocurrió seducirlo con una apuesta: jugarse la herencia a la suerte.
    «O todo o nada», se decía.
    En esas maquinaciones, llamó a su hermano.

    —¿Rogelio? ¿Estás ahí?
    —Dime.
    —Soy Carmelo. ¿Qué tal, cómo andas?
    —De momento bien. ¿Y tú?
    —Bien, también. Quería proponerte un negocio.
    —¿Qué tipo de negocio estás pensando? ¿Acaso no tienes ya bastante?
    —Se trata de jugarnos la herencia que nos toca. ¿Te interesa?
   —¿Qué buscas? ¿Quedarte con todo? ¿A tanto llega tu avaricia? En principio no me agrada la idea, pero lo pensaré.
    —De acuerdo. Cuando hayas tomado alguna decisión, avísame.
    —Vale. Hasta luego.
 
    Carmelo tenía entre ceja y ceja apoderarse de la parte que heredaba su hermano Rogelio. Trataba de tentarle, pues conocía también su adicción al tener y poseer. Y, de aceptar, trataría de jugar con ventaja.

    Rogelio descolgó el teléfono y se quedó pensativo. La propuesta de su hermano, aunque le resultaba disparatada, le seducía.
    «No era mala idea —pensó— quedarse con toda la herencia».
     
    Levantó la mano y pidió un café a Santiago. Luego miró a Manuel, a quien conocía hacía tiempo, y, buscando una opinión, le dijo:
 
    —Me han propuesto un juego suculento. Se trata de quedarse con una herencia completa, apostando una parte de ella. Es tentadora, pero no estoy decidido todavía. ¿Qué te parece?
    —Nada bueno. Al final, si ya tienes lo necesario, ¿para qué desear más? ¿Te hace eso feliz?
    —¡Hombre!, siempre es bueno tener, y cuanto más, mejor. Nunca se sabe lo que nos puede ocurrir.
  —Sí, pero la avaricia —respondió Manuel— rompe el saco, dice el refrán. Acumular buscando seguridad o reclamando reconocimientos no nos lleva a ninguna parte. Al final todo se queda aquí. ¿Para qué tanta avaricia?
    —Cuantos más méritos, más importancia y consideración —respondió Rogelio—. ¿No te parece?
   —Pero de nada te valen, pues no sabes el día ni la hora de tu partida, ni para quién será lo que has atesorado en este mundo. Jesús lo deja muy claro en Lc 12, 13-21, cuando uno de entre la gente le propone que le diga a su hermano que reparta la herencia con él.
 
    Eso hizo pensar a Rogelio. Se sintió aludido, y el gesto de su cara dejaba entrever que quizás el tener no tiene la importancia que muchos le dan.
    Detrás de la riqueza hay siempre una idea de mérito y una muestra de estatus; pero para Jesús eso no tiene ningún valor.
    Solo lo tiene la persona, que es tanto más cuando más se da y se aligera de bienes, y tanto más mezquina cuanto más intenta guardarse para sí y los suyos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.