Lc 12, 13-21 |
Estaba peleado con su hermano. Quería quedarse con
todo y no sabía cómo hacerlo. De repente, buscando la forma de lograrlo, se le
ocurrió seducirlo con una apuesta: jugarse la herencia a la suerte.
«O todo o nada», se decía.
En esas
maquinaciones, llamó a su hermano.
—¿Rogelio? ¿Estás ahí?
—Dime.
—Soy Carmelo. ¿Qué tal, cómo andas?
—De momento bien. ¿Y tú?
—Bien, también. Quería proponerte un negocio.
—¿Qué tipo de negocio estás pensando? ¿Acaso no
tienes ya bastante?
—Se trata de jugarnos la herencia que nos toca. ¿Te
interesa?
—¿Qué buscas? ¿Quedarte con todo? ¿A tanto llega tu
avaricia? En principio no me agrada la idea, pero lo pensaré.
—De acuerdo. Cuando hayas tomado alguna decisión,
avísame.
—Vale. Hasta luego.
Carmelo tenía
entre ceja y ceja apoderarse de la parte que heredaba su hermano Rogelio.
Trataba de tentarle, pues conocía también su adicción al tener y poseer. Y, de
aceptar, trataría de jugar con ventaja.
Rogelio descolgó el teléfono y se quedó pensativo.
La propuesta de su hermano, aunque le resultaba disparatada, le seducía.
«No era mala idea —pensó— quedarse con toda la
herencia».
Levantó la mano y pidió un café a Santiago. Luego
miró a Manuel, a quien conocía hacía tiempo, y, buscando una opinión, le dijo:
—Me han propuesto un juego suculento. Se trata de
quedarse con una herencia completa, apostando una parte de ella. Es tentadora,
pero no estoy decidido todavía. ¿Qué te parece?
—Nada bueno. Al final, si ya tienes lo necesario,
¿para qué desear más? ¿Te hace eso feliz?
—¡Hombre!, siempre es bueno tener, y cuanto más,
mejor. Nunca se sabe lo que nos puede ocurrir.
—Sí, pero la avaricia —respondió Manuel— rompe el
saco, dice el refrán. Acumular buscando seguridad o reclamando reconocimientos
no nos lleva a ninguna parte. Al final todo se queda aquí. ¿Para qué tanta
avaricia?
—Cuantos más méritos, más importancia y
consideración —respondió Rogelio—. ¿No te parece?
—Pero de nada te valen, pues no sabes el día ni la
hora de tu partida, ni para quién será lo que has atesorado en este mundo.
Jesús lo deja muy claro en Lc 12, 13-21, cuando uno de entre la gente le
propone que le diga a su hermano que reparta la herencia con él.
Eso hizo pensar
a Rogelio. Se sintió aludido, y el gesto de su cara dejaba entrever que quizás el
tener no tiene la importancia que muchos le dan.
Detrás de la
riqueza hay siempre una idea de mérito y una muestra de estatus; pero para
Jesús eso no tiene ningún valor.
Solo lo tiene la
persona, que es tanto más cuando más se da y se aligera de bienes, y tanto más
mezquina cuanto más intenta guardarse para sí y los suyos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.