miércoles, 15 de octubre de 2025

UN YUGO LLEVADERO, Y UNA CARGA LIGERA

Mt 11, 25-30

    Se detuvo y tomó asiento en una terraza abierta y soleada. Se notó cansado, con deseo de descanso, pero sobre todo con necesidad de pensar.

    «Un hombre que no piense —se dijo— está perdido y sin rumbo».
    En unos segundos apareció Santiago, el camarero.

    —¿Desea tomar algo el señor?
    —Sí, tráigame un café que me acompañe, y un poco de agua.
    —Perdone, señor —respondió Santiago—, si me permite la curiosidad, ¿por qué dice que el café es para acompañar? Me ha sorprendido su respuesta.
    —Ah, sí, me ha salido del alma. Me siento algo cansado, no por la caminata, sino por el recorrido de mi vida. Son muchos años trabajando, y ahora busco respuestas a lo que he hecho. Me pregunto: ¿a dónde voy y para qué?

    Hizo una pausa y prosiguió:
   —Pasé por aquí, vi esta terraza y sentí el deseo de sentarme; más que a descansar, a reflexionar. De ahí que dijera: “Un café que me acompañe”.—Muy acertado, señor —respondió Santiago—. El silencio, la reflexión y un espacio para pensar son muy necesarios. Me atrevería a decir: vitales.
    —Me alegra que lo comprenda. Estamos de acuerdo.
    —Enseguida le sirvo su café y su agua.
    —Gracias.

    Manuel estaba cerca. Aunque no oyó toda la conversación, Santiago, atento a su cliente y viendo que aquel hombre necesitaba escucha, le hizo una señal para que se acercara y dialogara con él.
Después de unos minutos, Manuel observó al hombre y le preguntó:
    —Perdone mi curiosidad, ¿es usted de aquí?
    —Sí, aunque no exactamente de esta zona. Vivo al otro lado del pueblo y rara vez paso por aquí.
    —Ah, era solo eso. Frecuento mucho esta terraza y nunca le había visto.
    —No tiene importancia. Agradezco su interés; conversar siempre enriquece. Y además, es gratis.
    —Así es —respondió Manuel—. La vida se compone de eso: de enriquecernos con lo que realmente importa. Esa es la pregunta que muchos no llegamos a plantearnos.
    —Tiene razón —dijo el hombre—. Sentarme aquí fue impulsado por esa necesidad: parar y pensar en el ajetreo de mi vida. ¿Qué me propongo? ¿A dónde voy? Tengo mis años y todavía me siento desorientado.
    —Ese es el comienzo —replicó Manuel—: plantearse la pregunta. Luego llega el momento de buscar la respuesta. Yo suelo hacerlo en el Evangelio, donde encuentro luz para mis interrogantes.
    —¿Y cómo consigue esa orientación? —preguntó el hombre, algo sorprendido.
    —Leyendo la Palabra de Dios —dijo Manuel—. La leo, la medito, y, con ayuda del Espíritu Santo, busco la luz que me indica el camino.
    —¿Y eso le da resultado?
   —Me atrevería a decir que casi siempre. La luz no siempre llega al instante; requiere tiempo, silencio y docilidad. Pero, al final, siempre aparece. Por ejemplo, este Evangelio de Mateo (11, 25-30) ilumina bien lo que hablamos hoy: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y Yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.”
    —Pero… no estoy seguro de…
   —Seguro no estaremos nunca —interrumpió Manuel con calma—, pero la experiencia enseña que, cuando tratamos de seguir las enseñanzas de Jesús, la vida se llena de paz y fuerza para seguir adelante.
   —Perdone —dijo el hombre sonriendo—, pero casi sin notarlo me siento más animado, como si recuperara fuerzas para seguir el camino. No sé cómo explicarlo, pero…
    —Eso suele pasar —respondió Manuel—. Cuando nuestras metas se centran en las cosas del mundo, tarde o temprano llega el cansancio. Solo en Dios está el descanso que buscamos: paz y felicidad.
 
   Santiago miraba complacido. Notaba que el rostro de aquel hombre ya no era el mismo. Había encontrado el verdadero descanso. Y él también comprendió que aquella conversación sencilla había orientado su propia vida.

    Estamos llamados a aprender de Él lo que significa vivir de misericordia, para ser instrumentos de misericordia.

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