domingo, 12 de octubre de 2025

EL AGRADECIMIENTO NOS HACE HUMILDES

Lc 17, 11-19
    Hacía un día espléndido. Se respiraba un aroma de frescor y perfume al pasar cerca de los jardines de la alameda. El cielo de un azul homogéneo cubría un cielo despejado, limpio de nubes y dando una profundidad inmensa que aparentaba ser el reflejo del mar. Todo ese cúmulo de sensaciones invitaba a pasear.

    —Sin embargo —comentó Pedro—, muchos no sabemos apreciar estas maravillas, y menos agradecerlas.
    —Es verdad —respondió Manuel. —No nos damos cuenta de todo lo que tenemos y recibimos. Este clima es un regalo, y solo lo apreciamos cuando hace mal tiempo.
    —Eso es cierto —dijo Juan, uno de los tertulianos. Lo apreciamos en los turistas cuando se quedan extasiados del buen tiempo de nuestro lugar. Muchos cogen sus vacaciones como un respiro al gozar de un buen tiempo.
    —Solo tomamos conciencia de lo bueno cuando nos falta, — comentó Pedro. Y, peor todavía, hay muchos que se creen con derecho a tener buen tiempo, y cuando hay alguna racha mala, se enfadan y refunfuñan. Son unos desagradecidos.
    —La realidad —intervino Manuel— es que, nacemos desnudos, sin nada, pero nos vamos llenando de derechos que, incluso, llegamos a exigir. ¿Acaso pensamos que merecemos lo que pedimos?
    —Supongo —dijo Juan— que nos creemos con derecho a todo lo bueno, sin ninguna exigencia. Y cuando no es así, pensamos que es culpa de Dios.
    —Hay un pasaje evangélico (Lc 17, 11-19) en el que Jesús comenta el desagradecimiento de nueve, de los diez leprosos que fueron curados. Solo uno, precisamente un samaritano, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús. La respuesta de Jesús —dijo Manuel—, a aquel leproso agradecido fue: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado». Quizás aquel samaritano se sentía muy agradecido porque pensaba que, al no pertenecer al pueblo judío, no merecía ser curado.
    —Es asombroso —replicó Juan— como muchos se creen con derecho a ser curados. Y, en consecuencia, son desagradecidos.
    
     La realidad es que en nuestra vida todo es gracia, nada nos es debido, todo es don puro de la vida y de las personas que nos quieren, y últimamente, don de Dios. Nada es solo fruto de nuestro esfuerzo o mérito.

    Por eso, la actitud humana más honesta es el agradecimiento, también la más cristiana. Agradecer nos hace humildes, honrados con la realidad y deseosos de devolver con gratitud todo el bien que se nos ha hecho.

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