Antonio
estaba escandalizado. Nunca habría pensado encontrar a alguien capaz de decir
una cosa y luego defender la contraria. Sus palabras estaban llenas de falsedad
y engaño.
Se había enfrentado a un hombre que pretendía engañar a todos con promesas
huecas, y eso lo hirió profundamente. Aquella discusión, por poco, no terminó a
golpes; solo la intervención de algunos presentes evitó que pasara a mayores.
Eran
aproximadamente las once y media de la mañana cuando Antonio, aún con semblante
malhumorado, se sentó en la terraza.
—¿El
café de siempre? —preguntó Santiago.
—Y
una manzanilla —respondió Antonio—. Hoy necesito relajarme bastante.
—¿Por
qué tanto relajamiento? —inquirió Pedro, que acababa de llegar.
—He
tenido un encontronazo con un energúmeno —dijo Antonio—. Menos mal que no pasó
a más. Se proponía engañar a todos con una sarta de mentiras, y no pude
soportarlo.
—¿Y
qué decía?
—Hablaba
de inversiones que seducen, pero esconden trampas y riesgos enormes. Muchos,
sin saberlo, estaban cayendo en su trampa.
—Supongo
que trataste de impedirlo. Te conozco bien —respondió Pedro—. No puedes
quedarte callado cuando se trata de la verdad.
—Exactamente.
Sentí que debía defenderla y abrir los ojos de aquella gente. Descubrí muchas
mentiras que ese hombre ocultaba, y eso provocó la discusión.
Hacía
rato que Manuel había llegado y escuchaba en silencio. Cuando Antonio terminó,
Pedro, con una mirada, le invitó a intervenir.
—La
hipocresía está muy presente en nuestro mundo —dijo Manuel con serenidad—. Jesús,
dirigiéndose a sus discípulos, les advirtió: “Cuidado con la levadura de los
fariseos, que es la hipocresía; nada hay cubierto que no llegue a descubrirse,
ni nada escondido que no llegue a saberse” (Lc 12,1-7).
—Sí,
es cierto —respondió Antonio—. Pero a veces uno siente la necesidad de detener
a esos hipócritas.
—Siempre
con palabras medidas —añadió Manuel—, evitando el enfrentamiento. La mentira, tarde
o temprano, se descubre. En cambio, la persona auténtica se siente libre y ligera; su palabra, noble y sincera, deja
huella.
—Tienes
razón —asintió Antonio—. Los enfrentamientos no conducen a nada.
—La
autenticidad —continuó Manuel— suele tener un coste social. Por eso Jesús nos
invita a no temer, porque Dios acompaña a quienes lo acogen con corazón sincero
y lo anuncian con su vida.
La
hipocresía no fue exclusiva de los fariseos. Es una levadura que puede
extenderse fácilmente, sobre todo entre quienes defienden exigencias en su modo
de vivir.
El hipócrita critica a los demás mientras oculta sus propias miserias, que
tarde o temprano salen a la luz.
Solo
la verdad desnuda la falsedad y la saca del escondite. Pero no debemos
temer a quienes pueden matar el cuerpo, sino a Aquel que, si lo rechazamos,
puede, después de la muerte, condenarnos al sufrimiento eterno.
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