sábado, 18 de octubre de 2025

LA MIES ES ABUNDANTE Y LOS OBREROS POCOS

Lc 10, 1-9

  —¿Qué difícil resulta convencer a la gente? —se desahogaba Domingo mientras se tomaba un café con Pedro.

    —¿Por qué dices eso? —le replicó Pedro.
   —¡Hombre!, te pasas el día entero tratando de explicarles las cosas, diciéndoles que la mejor manera de invertir el dinero es esta, no aquella. Y cuando crees que lo han entendido y están de acuerdo, saltan con dudas, desconfiados y…
   —Y piensas que has perdido el tiempo —intervino Pedro sin dejarlo acabar.
   —Eso. Te parece que has terminado y que todo ha quedado claro, y resulta que tienes que volver a empezar. Es bastante agotador.

   La cara de Domingo era un poema. No sabía cómo meter en la cabeza de la gente esas breves y simples consignas de cómo invertir bien y con seguridad. Observaba que había mucha desconfianza, y la experiencia había enseñado a las personas a tomar muchas precauciones.

   Después de un breve tiempo, los dos amigos comentaron a Manuel —que acababa de llegar a la terraza— sus impresiones sobre lo que hablaban. Incluso le pidieron su opinión al respecto.

 —No sé qué decir —respondió Manuel—, pero a los discípulos de Jesús les pasó algo parecido. Muchos acogen la palabra, pero pronto la olvidan; otros la rechazan, y son pocos los que la dejan entrar en su corazón. Jesús los previene (Lc 10, 1-9) antes de enviarlos: «Miren que los envío como corderos en medio de lobos».
   —Son palabras duras —dijo Domingo—. Les advierte de que tendrán dificultades.
  —Sí, de eso los quiso avisar —continuó Manuel— y los prepara para los obstáculos que puedan encontrar. Precisamente por eso dijo la Sabiduría de Dios (Lc 11, 47-54): “Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos de ellos los matarán y perseguirán”.
   —A pesar de todo —intervino Pedro—, van llenos de entusiasmo y comunican, en la precariedad de sus pertenencias, la grandeza de Dios ya presente en la historia.
   —Sin lugar a dudas —respondió Manuel—. Se lanzarán a lo desconocido e irán a nuevos pueblos y fronteras. Se expondrán al rechazo, como Dios lo hace, con la seguridad de que habrá quien los reciba.
 
   El Evangelio nos sigue instando a escuchar estas palabras del Maestro y a convertirnos en apóstoles del Reino, cada cual desde sus posibilidades y circunstancias. Pero siempre sabiendo que la meta de la felicidad eterna que buscamos está en acoger la Palabra de Dios en nuestro corazón.

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