Lc 10, 1-9 |
—¿Qué difícil resulta convencer a la gente? —se
desahogaba Domingo mientras se tomaba un café con Pedro.
—¿Por qué dices eso? —le replicó Pedro.
—¡Hombre!, te pasas el día entero tratando de
explicarles las cosas, diciéndoles que la mejor manera de invertir el dinero es
esta, no aquella. Y cuando crees que lo han entendido y están de acuerdo,
saltan con dudas, desconfiados y…
—Y piensas que has perdido el tiempo —intervino
Pedro sin dejarlo acabar.
—Eso. Te parece que has terminado y que todo ha
quedado claro, y resulta que tienes que volver a empezar. Es bastante agotador.
La cara de Domingo era un poema. No sabía cómo meter
en la cabeza de la gente esas breves y simples consignas de cómo invertir bien
y con seguridad. Observaba que había mucha desconfianza, y la experiencia había
enseñado a las personas a tomar muchas precauciones.
Después de un breve tiempo, los dos amigos
comentaron a Manuel —que acababa de llegar a la terraza— sus impresiones sobre
lo que hablaban. Incluso le pidieron su opinión al respecto.
—No sé qué decir —respondió Manuel—, pero a los
discípulos de Jesús les pasó algo parecido. Muchos acogen la palabra, pero
pronto la olvidan; otros la rechazan, y son pocos los que la dejan entrar en su
corazón. Jesús los previene (Lc 10, 1-9) antes de enviarlos: «Miren que los
envío como corderos en medio de lobos».
—Son palabras duras —dijo Domingo—. Les advierte de
que tendrán dificultades.
—Sí, de eso los quiso avisar —continuó Manuel— y los
prepara para los obstáculos que puedan encontrar. Precisamente por eso dijo la
Sabiduría de Dios (Lc 11, 47-54): “Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos
de ellos los matarán y perseguirán”.
—A pesar de todo —intervino Pedro—, van llenos de
entusiasmo y comunican, en la precariedad de sus pertenencias, la grandeza de
Dios ya presente en la historia.
—Sin lugar a dudas —respondió Manuel—. Se lanzarán a
lo desconocido e irán a nuevos pueblos y fronteras. Se expondrán al rechazo,
como Dios lo hace, con la seguridad de que habrá quien los reciba.
El Evangelio nos sigue instando a escuchar estas
palabras del Maestro y a convertirnos en apóstoles del Reino, cada cual desde
sus posibilidades y circunstancias. Pero siempre sabiendo que la meta de la
felicidad eterna que buscamos está en acoger la Palabra de Dios en nuestro
corazón.
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