Carlos
estaba cansado. Todo le salía mal, y sus fracasos se contaban por decenas. En
muchos momentos había pensado en quitarse la vida. Sin embargo, sin saber cómo
ni por qué, no lo había hecho. Vivía atormentándose, y cada día su
desesperación era mayor.
Caminaba sin
rumbo, y ya exhausto, se sentó en una terraza por la que pasaba.
—Buenos
días, señor, ¿desea tomar algo?
—¡Ah!,
bueno, tráigame un poco de agua. Me he sentado a descansar.
—Muy bien,
señor; está usted en su casa —respondió Santiago amablemente.
La cabeza le
daba vueltas y le era imposible fijar la mirada en un punto. Vagaba buscando
una salida, un descanso, una respuesta… pero siempre terminaba igual:
desesperado.
En la mesa
de al lado estaba Manuel, que se percató de lo que le sucedía a Carlos. No lo
conocía, pero eso no fue obstáculo para preocuparse por él. Con prudencia y
respeto se acercó y le dijo:
—Buenos
días, señor, ¿le sucede algo?
Carlos le
miró algo sorprendido. Le extrañó que alguien se interesara por él. Nunca le
había pasado.
—¡No,
nada!... Bueno, algo preocupado porque las cosas no salen como uno quiere y
busca. Y cuando eso te sucede tan frecuentemente, te desesperas un poco.
—La
paciencia es algo muy necesario —respondió Manuel—. Paciencia unida a
confianza, en espera de que todo se recomponga y dé el fruto apetecido.
—Extraña
manera de pensar —dijo Carlos—. Nunca había oído algo así.
—Quizás
porque no lee los evangelios —replicó Manuel—. Precisamente, en Lc 13, 1-9, se
habla de esto que le puede estar sucediendo: falta de paciencia y de fe. Habla
de un hombre que se desespera con una higuera que absorbe agua y nutrientes,
ocupa espacio, pero no produce frutos.
—¡Qué
casualidad! —dijo Carlos con gran aspaviento—. ¡Eso es lo que me pasa a mí!
—¡Y a
muchos! —respondió Manuel—. Sin embargo, el viñador paciente considera que aún
hay que aguardar un poco más, cuidar la planta, alimentarla y confiar en ella.
—Pero eso no
es fácil —argumentó Carlos—. El tiempo apremia, y si no hay resultados…
—Hay que
esperarlos confiando en que llegarán —concluyó Manuel.
Carlos
asintió con cara de resignación, pero esperanzado en que los frutos llegarían.
Es así como
actúa Dios con nosotros: paciente jardinero de nuestras vidas, que no se cansa
de esperar el fruto de nuestro amor. Su bondad y misericordia nos levantan, nos
consuelan y nos conquistan hasta el extremo de entregarnos plenamente, dándonos
la posibilidad de ofrecer todo lo que llevamos dentro.
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