Juna, no solo lo
ve sino que lo entiende y descubre. Sabe que sobre quien se pose el Espíritu
del cielo en forma de paloma es el elegido, el enviado, el Mesías esperado. Y
lo pregona, lo dice y se sitúa donde ha estado siempre como mediador de aquel a
quien prepara el camino.
Él sabe que no
bautiza sino pone en camino de bautismo con el agua del Jordán, pero, sabe
también, que tras él viene uno que ha existido antes que él y siempre y que
bautizará con Espíritu Santo. Mientras Juan propone conversión y fe, Jesús no
solo la acepta y acoge sino que perdona, en la medida de nuestra fe y
arrepentimiento, todos nuestros pecados.
Por el bautismo
recuperamos nuestra dignidad de hijos de Dios perdida por el pecado. En y por
el bautismo quedamos limpios y liberados de la esclavitud del pecado. Es el
comienzo del camino que Juan el bautista nos ha preparado y nos ha invitado a
tomar para encontrarnos con el Señor. Ese Señor que él ha anunciado y para el
que ha preparado su venida. Él no es el esperado ni el que bautiza ni perdona.
Simplemente es un mediador que, por la Gracia de Dios, ha sido el elegido para
anunciar que el Reino de Dios está entre nosotros.
Y hoy, ese anuncio, sigue vigente y actual. Quizás te toque a ti y a mí anunciarlo bien sea de palabra o con tu vida, pero, eso sí, anunciarlo de alguna manera porque no hay otra cosa mejor que desear la salvación eterna. Y esa salvación empieza por conocer al Señor y pasar por su bautismo.
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