lunes, 27 de octubre de 2025

DE VUELTA A LA COMUNIDAD

Lc 13, 10-17
    Jorge se sentía aislado. Le costaba comunicarse con los demás. En su entorno lo apodaban el individuo solitario, lo que reflejaba su enclaustramiento, y eso le causaba tristeza, angustia y, en muchos momentos, desesperación.

    Su hermano Enrique se había dado cuenta de la situación. Le preocupaba ese apartamiento de la sociedad. «No es bueno estar solo», pensó, y se dispuso a intentar ayudarle.

    —Hola, Jorge, hace un día estupendo. ¿Quieres dar un paseo? —le dijo Enrique.
    —No me apetece.

    Así, en seco, Jorge dejó fuera de juego a su hermano.

    —Es bueno moverse un poco y hacer algo de ejercicio —sugirió Enrique—. Incluso aunque no apetezca. El cuerpo lo pide y lo agradece.

    El silencio fue la única respuesta. Enrique lo miró, y al ver que no había señales de aceptación, se encogió de hombros. Con cierta resignación, se dispuso a dar solo el paseo.

    De repente, oyó una voz:

    —Bueno… iré, aunque sea por hacer algo de ejercicio.

    La cara de Enrique se iluminó como una lámpara. Su gesto de sorpresa se transformó en signo de esperanza y alegría. 
    —¡Muy bien, vamos allá!

    Durante unos minutos, los dos hermanos caminaron a paso ligero hasta empezar a sudar. Al cabo de un tiempo, con algún síntoma de cansancio, Enrique miró a su hermano y le propuso:
    —¿Te apetece descansar un rato y tomar un café?
    —Bueno, no es mala idea. Supongo que nos vendrá bien.
    —¡Buenas tardes, Enrique! —le saludó Santiago—. ¡Qué sorpresa verle por aquí! Hace tiempo que no venías.
    —Sí, bastante. Un día por esto, mañana por lo otro, y sin darte cuenta te vas enredando y el tiempo pasa volando.
    —Sí, ocurre con frecuencia —intervino Manuel, que se había dado cuenta de la visita—. En ocasiones, cualquier acontecimiento te saca de tu ambiente y rutina y te coloca en otro. ¡Ah!, me alegro de verte. Y saludo a tu compañero.
    —Es mi hermano Jorge. Había salido a dar un paseo, ¡y mira dónde hemos llegado! A la terraza de mis sueños, que tan bien me ha hecho.
 
    Jorge, algo extrañado por los saludos a su hermano y sorprendido por lo que acababa de decir, comentó:
    —No sabía de este lugar… y menos de tus sueños.
    —Es una forma de expresar el bien que me ha hecho este sitio.
    —¿A qué bien te refieres?

Manuel, que sabía por dónde iba Enrique, intervino:
    —En esta terraza se forman buenas tertulias, y de ellas salen muchas cosas que, aplicadas a la vida de cada día, dan buenos resultados. Supongo que es a eso a lo que se refiere Enrique.
    —¿Y se puede saber de qué se habla? —preguntó Jorge.
    —De todo en general: noticias, eventos, deportes… Pero sobre todo, de algo muy importante: de cómo enfrentarse a todos esos acontecimientos y con qué actitudes vivirlos.
    —Me gustaría —dijo Jorge— conocer su opinión sobre el problema del aislamiento, de la incomunicación, de esa individualidad que lleva a la soledad y a no compartir con los demás.
    —Es un tema complejo y muy personal. No hay recetas estándar, por decirlo de alguna forma, pero sí hay caminos. Una de las cosas que hacemos aquí es fijarnos en los Evangelios. Son Palabra de Dios, y dan mucha luz para orientarnos y encontrar soluciones… o, al menos, para ayudarnos a aceptar y superar las dificultades.
    —Por ejemplo —dijo Jorge—, ¿a qué se refiere?
    —Respecto a este problema que menciona, suelo recordar un pasaje de Lucas (Lc 13, 10-17). Jesús, enseñando en la sinagoga, curó a una mujer encorvada, que no podía enderezarse de ningún modo. Quedó derecha tras imponerle las manos.
    —No le veo ninguna relación con lo que le he pedido.
    —Ese es otro problema, querido amigo. Hay que fijarse: ese encorvamiento le impedía levantar la cabeza, mirarse con los demás, comunicarse. Vivía ensimismada en sus pensamientos y preocupaciones.
    —Perdone —dijo Jorge—, empiezo a comprender… y a ver la relación con lo que quería oír de usted.
    —Era necesario que aquella mujer pudiera volver a mirar a los demás.
 
    Enrique levantó los ojos al cielo e hizo un guiño al Espíritu Santo. No había sido una casualidad aquel paseo. Estaba pensado con el auxilio del Espíritu, con la esperanza de que la sabiduría de la tertulia —también auxiliada por Él— diera luz a Jorge y lo hiciera regresar a la comunidad.

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