domingo, 26 de octubre de 2025

ENALTECERSE O HUMILLARSE

Lc 18, 9-14

    Erguido, con la cabeza levantada y mirada complaciente, Onésimo se tenía a sí mismo por admirado y digno de respeto. Pensaba que todos debían escucharle y obedecerle. Se creía superior, y trataba con desprecio a quienes le servían.


    —Camarero, un cortado largo y agua —ordenó con voz firme.

   Paseaba por la terraza, presumiendo de elegancia y queriendo llamar la atención. Al no recibir respuesta inmediata, repitió con tono más autoritario:
    —¿No me ha oído, camarero? ¿Tengo que repetírselo dos veces?
 
    Santiago, el camarero, lo había escuchado, pero atendía a otros dos clientes. Enseguida se acercó:
    —Buenos días, señor. Le he oído y le sirvo lo antes posible. Pero no me parece bien su forma de exigir. No está usted solo.
    —No todos somos iguales. ¿Acaso no se nota? —replicó Onésimo, molesto.
 
    Manuel, testigo de la escena, observó la arrogancia del hombre y se levantó para intervenir:
    —Señor, esos no son modales. A nadie se le niega el servicio, solo hace falta esperar. Usted no es más que los demás.
    —¿Y quién es usted para meterse donde no le llaman? —dijo Onésimo con desprecio.
   —Un cliente, amigo de Santiago y alguien que no puede callar ante una falta de respeto. Las categorías que usted invoca solo existen ante los hombres. Ante Dios todos somos iguales. Jesús lo dice claramente (Lc 18,9-14): quien se enaltece será humillado, y quien se humilla será enaltecido.
 
    Onésimo guardó silencio. Notó las miradas de los presentes y sintió, por primera vez, un leve rubor. Algo dentro de él le susurró que no tenía razón.
 
    Hay personas que, como el fariseo de la parábola, se consideran mejores que los demás y desprecian a quienes juzgan inferiores. Así, con el corazón inflado, se acercan a Dios, pero en su oración no hay gratitud ni humildad, solo autosatisfacción. En tales oraciones, Dios no tiene nada que escuchar.
    El publicano, en cambio, se reconoce pecador y necesitado de misericordia. No se compara con nadie; se presenta ante Dios confiando en su perdón.

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