| Lc 13, 31-35 |
Sebastián era un hombre bueno. En muchas ocasiones
había dado la cara por sus compañeros, y en el trabajo estaba siempre
disponible para ayudar. En esta ocasión escuchaba atentamente a otro amigo sus
desconsoladas palabras. Había tenido un grave percance y se dolía amargamente.
Sin embargo, había otros a los que les molestaba la forma de actuar de Sebastián. No soportaban su bondad ni su generosidad con los demás. Mientras él era considerado una buena persona, los otros cargaban con la fama de ser malos y desconsiderados. Y eso los llenaba de envidia.
Sí, la envidia corroe el corazón, lo endurece y
acaba queriendo borrar todo lo que refleja el bien que uno mismo no tiene. Esa
era la reacción que, poco a poco, se iba fraguando en el corazón de aquella
mala gente, endurecido por el buen actuar de Sebastián.
Antonio era el que más influía en el grupo, y
propuso darle un escarmiento. La envidia —ese sentimiento de pesar ante las
buenas acciones de Sebastián— lo entristecía hasta el punto de querer
humillarlo.
Era un día espléndido. Brillaba el sol y la
temperatura otoñal refrescaba como si de un abanico se tratara. A eso del
mediodía, la terraza estaba animada. Se hablaba con pasión y buenos deseos. El
ambiente desprendía una atmósfera constructiva. Hacía breves segundos que
Sebastián, frecuente tertuliano, se había incorporado.
—Buenos días, Sebastián —dijeron muchos al verlo
llegar.
—Buenos días —saludó Sebastián levantando las
manos—. Buen día y mejor ocasión para tomar un buen café acompañado de tan
agradable tertulia.
—¿Qué es de tu vida? —dijo Manuel mirándole con
dulzura a los ojos. Hacía algún tiempo que no aparecías por aquí.
—Sí, hay etapas en que el trabajo te lo impide.
Otras veces se añaden tareas imprevistas, relaciones, compromisos, favores,
amigos… y se pasa el tiempo sin poder visitar otros ambientes, acaso tan
agradables como la tertulia.
—Gracias por el cumplido, amigo —respondió Manuel.
—Bueno —dijo Pedro, que también estaba entre los
tertulianos—. ¿Tienes alguna noticia o algo que contarnos?
—La vida siempre te pone piedras en el camino, y hay
que sortearlas con paciencia y esperanza.
—¿Te refieres a algo concreto? —preguntó Manuel.
—Sospecho de cierto grupo que maquina alguna maldad
contra mi persona. No sé qué pretenden, pero supongo que tratan de apartarme e
impedir mi forma de proceder y ver las cosas.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó Manuel.
—Hay algunas señales revestidas de amenazas que me
alumbran esa intención. Pero lo tengo claro: pase lo que pase, y sea lo que
sea, seguiré adelante con mi forma de ser y actuar. Me asiste mi fe y mi
esperanza en el Señor.
—Sabias palabras —irrumpió Manuel exultante—. Parece
una repetición de lo que dijo Jesús (Lc 13, 31-35), cuando le aconsejaron que
abandonara Jerusalén porque Herodes le quería matar. Creo que te asiste el
Espíritu Santo.
Toda la tertulia escuchaba extasiada y expectante.
La persona y actitud de Sebastián gustaban y edificaban. Y hubo hasta aplausos
cuando reveló que estaba dispuesto a seguir.
Jesús, según ese pasaje evangélico que citó Manuel,
no es un hombre que se arredre ante amenazas. Él está centrado en su misión de
sanar y liberar, y no permitirá que nadie le desvíe de su tarea, menos aún
Herodes, un hombre sanguinario.
Como Jesús, también Sebastián decidió mantenerse
fiel a su misión, confiado en que el bien nunca se deja vencer por la amenaza.
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