sábado, 1 de noviembre de 2025

¡BIENAVENTURADOS!

Mt 5, 1-12a

     Era un día triste y poco apacible. Propicio para que reinara la melancolía e hiciera presencia la apatía y el tedio.

   Sus pasos descubrían decaimiento y pesadumbre. No podía evitarlo, menos aún ocultarlo. Su presencia llamaba la atención y despertaba cierta compasión.

    Llevaba varias horas caminando, como perdido y desorientado. Se sintió cansado y, viendo una terraza cercana, se encaminó hacia ella con la idea de descansar.

    —Buenos días, señor —saludó Santiago, acercándose—. ¿Desea tomar algo?
    —Buenos días… aunque yo los llevo pésimo —respondió Aurelio—. Sí, un poco de agua, por favor.
    —Enseguida —replicó Santiago.

    En pocos segundos volvió con el agua solicitada.
    —Aquí tiene su agua. Si me permite… ¿por qué considera usted pésimo este día?
   —Todo se ha vuelto contra mí —respondió Eusebio, malhumorado y con un rostro de amargura.
   —Hay días torcidos, en los que parece que nada sale bien —dijo Santiago—, pero todo acaba volviendo a su sitio. Tenga paciencia y confianza.
    —Me he enfadado con mis hijos. No tuve la paciencia ni la mansedumbre para escucharlos, y… les he recriminado. Y me pesa. He llegado a soltar alguna lágrima.
    —No se desespere —dijo Santiago, algo preocupado.
  —Trato de no hacerlo, pero quiero arreglarlo. Siento que he sido injusto y falto de misericordia. Pienso que he jugado sucio.
 
    Santiago no sabía qué decir ni qué hacer. Llegó a pensar que el desesperado era él, pues se sentía incapaz de consolar al cliente.
    De repente, vio los cielos abiertos: Manuel llegaba a la tertulia. Le hizo señas para que se acercara.

    —Buenos días. Un día de aspecto grisáceo y feo, ¿no les parece?
    —Para mí —respondió Eusebio, aparte, con tristeza—, es pésimo.
    —No es para tanto —dijo Manuel—. La vida, a pesar de las tormentas, siempre vale la pena saborearla. Incluso en medio de las tempestades.
    —No lo veo así —replicó Eusebio, bastante convencido.
    —Es verdad que siempre hay motivos para entristecerse, enfadarse o desesperarse, pero por encima de todo está la Palabra de Dios. Precisamente, en el evangelio de hoy (Mt 5, 1-12a), Jesús nos habla de las bienaventuranzas. Y llama bienaventurados a los mansos, a los que lloran porque buscan la justicia, a los misericordiosos…
    —Todo eso es lo que me sucede a mí en estos momentos —dijo Eusebio, emocionado.
 
    Santiago, viendo su reacción, puso a Manuel al corriente de lo sucedido.
 —Tenga fe y confianza —le dijo Manuel—. Considérese bienaventurado y acepte pacientemente lo sucedido. Confiando en la Palabra del Señor, intente solucionarlo con misericordia. Verá cómo encuentra la fuerza para hacerlo.
 
    Eusebio, secándose las lágrimas, miró a Manuel. Le parecía un ángel bajado del cielo. Se sentía más tranquilo; el malestar y la desesperación parecían desvanecerse.
    —¿Por qué no? —dijo, dejando escapar una sonrisa—. Muchas gracias, señor. No sé su nombre, pero ha sido un acierto sentarme aquí y esperar a que usted apareciera.
    —Dele las gracias a ese Señor Jesús que habla de los bienaventurados.
 
  Santiago, mediador involuntario, experimentó un gozo inenarrable. Aquello quedaría grabado en su corazón.

  «No hay nada tan grande como transmitir el amor y la misericordia de Dios», pensó. Se lo había oído decir a Manuel alguna vez.

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