| Lc 14, 15-24 | 
   Francisco se sentía a gusto. Su situación
era buena y se consideraba agraciado. Estaba satisfecho con sus posesiones y
medios de vida. Se gustaba y despreciaba toda invitación a mirar cómo estaban
otros y qué se podía hacer para ayudarles.
    Solo pensaba en su propio bienestar y en
los pequeños lujos que se concedía, mientras excusa su participación en la
comunidad humana.
    —¡Allá cada cual con su problema! —se
decía.
    Se te hace difícil convocar a muchos
satisfechos con el objetivo de hacer algo bueno por los marginados, excluidos y
carentes de lo más imprescindible para vivir dignamente. Te dan la espalda con
excusas demagógicas y se escabullen del compromiso de amar a los pobres.
    Ese era el tema de la tertulia. Hablaban
sobre la solidaridad y la participación social para crear posibilidades de que
todos tuvieran oportunidad de labrarse un porvenir.
    —Pero muchos no quieren. Se aprovechan de
los que arriman el hombro y no dan golpe.
    —Cada cual será responsable de sus actos.
La verdad saldrá a relucir, pero lo seguro es que los que lo rechazan se
quedarán fuera del verdadero y único Banquete: el Reino de Dios.
    —¿Y dónde está escrito eso? —preguntó
Florián, uno de los tertulianos.
    —Lo dice Jesús —respondió Manuel— en el
Evangelio de Lucas (14, 15-24).
Y termina con estas palabras: “El Reino se construye en la solidaridad y la
apertura, generando alegría y plenitud humanas entre los últimos.”
    Será difícil que un satisfecho pueda ver
las necesidades de otros. Le gusta la vida —su vida—, pero ignora la de los que
lo pasan mal. No quiere darse cuenta de que, quiera o no, un día tendrá que
rendir cuenta de su vida. Y entonces su bienestar no contará, sino el amor que
haya generado y ofrecido.
    No podremos cambiar sus mentes ni sus
pensamientos, pero sí podemos rezar para que descubran la luz que les haga
salir de sus propios egoísmos.
  
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