| Lc 23, 1-4 |
Todos le saludaban con
reverencia. Lucía hermosos vestidos y gozaba de generosidad por sus grandes
donativos. Cuando pasaban la bandeja por delante de él, todos miraban para ver cuánto
dejaba.
Todo lo contrario ocurría
con los pobres. Muchos no podían poner nada, y otros apenas unos reales. Sin
embargo, el esfuerzo de estos últimos —los pobres— era bien considerado por un
señor que observaba atentamente el momento de la colecta comunitaria.
—La colecta ha sido hoy muy generosa —decía el contable de la parroquia.
Se nota que los feligreses han tomado conciencia de las necesidades de la parroquia.
—Sí, y eso dice mucho de los parroquianos —dijo un feligrés. Somos una
comunidad y debemos de preocuparnos por las necesidades de los que menos tienen
—Se nota —agregó el contable que cuando viene D. Ramón, la colecta aumenta.
—Sí, eso parece. Su
aportación es notable, y eso ayuda mucho a cubrir las necesidades de la
parroquia y a sus proyectos sociales.
Mientras hablaban, llegó un señor que amablemente los miró y con cierta
ternura les comentó:
—A veces, posiblemente sin darnos cuenta, no advertimos lo
verdaderamente importante. Confundimos el dar con el darse; hacerlo para
lucimiento con ofrecerlo gratuitamente. Y, sobre todo, compartirlo desde el
corazón y a riesgo de darlo sin medida.
—No entiendo a que viene eso que usted dice —respondió el contable.
—Tampoco nosotros —dijeron extrañados algunos feligreses.
—En Lc 21, 1-4, Jesús, observó a unos ricos que echaban donativos en el
tesoro del templo. También vio a una viuda pobre que dejaba dos monedillas.
—¿y que ocurrió? —dijo un feligrés— impaciente por conocer lo que dijo
Jesús.
El señor miró a todos con ternura y delicadeza, y continuó:
—Para Jesús, esa viuda
pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los
donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidades, ha echado todo
lo que tenía para vivir.
Los allí presentes
agacharon la cabeza. Comprendieron que lo importante no es la cantidad, sino la
intención con que se da hasta el extremo de compartir lo que se tiene.
Estamos llamados a vivir
de este modo, sin guardarnos nada. Sabiendo que Dios y la vida nos tratará con
generosidad, si nosotros también la practicamos.
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