| Lc 21, 29.33 |
Santiago estaba anonadado.
Observaba con mucha atención y sorpresa cómo la gente iba de un lado a otro,
concentrada en sus quehaceres. Por lo que él percibía, para aquella gente la
vida parecía reducirse a resolver los problemas materiales. Nadie daba muestras
de buscar un destino más trascendente.
—Oye,
Santiago, ¿qué piensas respecto a los objetivos que la gente se plantea? ¿Crees
que tiene alguna aspiración más allá de esta vida? —preguntó Manuel.
—No
lo sé —respondió Santiago—, pero por cómo los veo moverse y preocuparse, creo
que casi todos sus pensamientos están concentrados en esta vida. Sobre todo en
conservar la salud y tener una situación acomodada.
—Supongo que suele ser así
—continuó Manuel—, aunque también sé que hay quienes buscan una aspiración más
alta. De cualquier modo, la vida tiene un camino en este mundo, pero no termina
en él: continúa hasta la eternidad en el otro.
Pedro, que saboreaba su café
y escuchaba atentamente, frunció el ceño con suavidad y comentó:
—Lo
dices con mucha seguridad —dijo, llevándose la mano a la barbilla—. Hay muchas
dudas al respecto.
—Todas las dudas que quieras
—respondió Manuel—, pero una cosa es la Palabra del Señor, y en Lc 21, 29-33
nos habla de la parábola de la higuera. Nos enseña a reconocer los signos del
Reino de Dios y su cercana venida.
Manuel
se levantó, sacó el evangelio de su agenda y, mirando con ternura y una gran
sonrisa para todos, leyó:
Sabemos, al ver
los brotes de los árboles, que el verano está cerca. Pues, de la misma manera,
cuando vemos los signos que Jesús anuncia, debemos entender que el Reino de
Dios está a punto de manifestarse.
Todos se miraron enmudecidos
y en silencio, convencidos de que tenían que estar algo más vigilantes a los
signos de los tiempos.
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