Nos cuesta
reconocer la verdad y el bien. Sobre todo cuando nos afecta a nuestra situación
social y económica. Este sujeto, se dicen, compromete nuestro estado de poder y
deja en entredicho nuestra ley. Ahora la ley del sábado queda en ridículo y
fuera de contexto. Se pone antes el bien del hombre y, en consecuencia, la ley
del sábado queda postergada a la prioridad del bien de la persona.
Sus corazones no
lo aceptan. Se engañan y traicionan y buscan justificarse. ¿Qué hacer entonces? ¡Acusarle! Buscar razones apoyadas en la mentira
para derribar sus acciones y sus propuestas. Saben que lo que propone y hace
Jesús está bien y es lo bueno, pero sus corazones están ciegos, ensoberbecidos
y llenos de ira. Y de esa forma la verdad queda oculta y desplazada por la
mentira egoísta.
Hoy sucede lo
mismo. Hay muchas leyes que solo buscan un redito político y de poder y, a
pesar de ser partidistas y no buenas, las implantan para sostenerse en el poder
y en el control de los demás. La prioridad para ellos, los que tienen el poder,
es el poder – valga la redundancia – y todo lo demás, incluso la misma verdad y
justicia, queda sometida a sus intereses.
Y Jesús actúa a pesar de que nadie le pide que intervenga. Ve el abuso de poder y mira a los que lo imponen con ira y dolido por la dureza d sus corazones. No se puede quedar quieto. Será la constante de toda su vida pública. Posiblemente nos esté diciendo también a cada uno de nosotros que debemos actuar aunque eso nos suponga un camino de cruz. Porque la verdad no se puede dejar dentro y en silencio. Hay que proclamarla y transmitirla. Amar es la única verdad que une, hace justicia y salva a los hombres y no podremos callarnos ante la mentira.
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