Muchas veces hemos
oído que la salud es lo más importante. Pedimos siempre tener salud porque sin
salud, todo lo demás pierde su sentido. Y tras la perdida de la salud nos
acecha la amenaza de la muerte. Ambas cosas, salud y muerte, son los estados
más importantes que queremos solucionar en nuestra vida. Traduciéndolo en otras
palabras: «Nos importa ser felices y eternos».
Sin embargo,
¿quién nos ha hablado de esa eternidad? No encontramos nada al respecto sino en
la Palabra de Dios. Concretamente, en la 1ª lectura del domingo, leemos: (Sab 1,13-15;
2,23-24): Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes.
Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no
hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra. Porque la
justicia es inmortal. Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a
imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del
diablo; y los de su partido pasarán por ella.
Nos deja claro que
Dios nos ha creado para ser inmortales, y eso supone que el dolor y la muerte
han sido vencidos. Hemos sido creados para vivir eternamente, por tanto, la
salud, el dolor, la muerte no tienen la última palabra. Eso sí, tendremos que
pasar por ellos, pero como camino de cruz para llegar a la resurrección. Jesús,
el Señor, nos lo ha enseñado con su Camino, Verdad y Vida. Él nos marca los
pasos hacia nuestro propio calvario, pero para, si creemos en Él, la
Resurrección eterna.
Lo verdaderamente
importante es la Misericordia de Dios. Ella es la que nos limpia, nos perdona y
nos salva del dolor y la muerte. Por ella somos perdonados y recuperamos
nuestra dignidad de hijos de Dios. Nuestras parálisis son curadas y volvemos a
nacer de nuevo bajo la acción del Espíritu Santo.
Porque, quien
tiene poder para perdonar nuestros pecados, ¿no tendrá poder para darnos la
vida eterna? Así quedó demostrado en ese milagro de Jesús con el paralítico. Y
así nos sucederá a nosotros cuando nuestras parálisis de este mundo nos impidan
caminar. Nos espera la plenitud y vida eterna por la Gracia y Misericordia de
Dios.
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