¿Ahora, a estas
horas voy a cambiar? Frase que hemos oído muchas veces y que suele irse
repitiendo a lo largo de nuestra vida. Toda mi vida me he comportado de esta
forma y ahora me es imposible cambiar.
La vida no es de
los que se paran, sino de los que caminan y están dispuestos a cambiar. Cambiar
a una vida mejor y más plena. Y eso exige abrirse y compartir. Compartir,
quizás, mesa y pan, y al calor de un buen café escudriñar en lo más profundo de
tu corazón. Porque, dentro de ti está esa llama que prende fuego a toda tu alma
y descubre el Camino, la Verdad y la Vida de la verdadera felicidad.
No es cuestión de
quedarse parado ni de resignarse a cambiar. Precisamente, Jesús, el Hijo de
Dios, viene a este mundo para que tú y yo cambiemos; para que tú y yo salgamos
de nuestros pecados y nos despojemos de nuestras parálisis para encontrar el
camino de libertad que nos lleva al encuentro contigo, Señor, encuentro de paz,
de justicia y de amor.
Jesús me conoce,
te conoce, nos conoce, y sabe de nuestras debilidades, de nuestras
limitaciones, de nuestros pecados. Y viene a buscarnos para sanarnos, para
librarnos de nuestros pecados y darnos la libertad de ver la luz de la verdad y
del amor misericordioso. Viene precisamente a buscar a los pecadores, a los que
andamos metidos en el fango de la vida, de la mentira, de los vicios, del
pecado.
Por eso, el primer paso, mi primer paso es darme cuenta de mi debilidad, de mi pecado y reconocer que sólo en manos del Señor podré encontrar el perdón. Su Misericordia es Infinita.
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