Este
desposeimiento nos lleva a olvidarnos y negarnos a nosotros mismos para, en
plena libertad, darnos a los demás. Y cuando entendemos esto, nos damos cuenta
de lo, no diría difícil, sino imposible que nos resulta si lo queremos afrontar
desde nuestras propias fuerzas y voluntad. Nunca podremos hacer nada ni avanzar
un pelo de nuestra cabeza sin la asistencia del Espíritu Santo. Ese es el
secreto de nuestro bautismo. Necesitamos a toda costa la presencia en nosotros
del Espíritu Santo.
El mismo Espíritu
Santo que bajó a Jesús en su bautismo en el Jordán y le acompañó al desierto.
También a nosotros nos acompañará a nuestro propio desierto en el recorrido de
nuestra vida en este mundo. Y sólo con Él podremos superar y soportar los
obstáculos – pecados – que tratarán de hacernos la vida imposible y evitar que
lleguemos a un encuentro serio, profundo y gozoso con el Señor.
Sí, vino nuevo para odres nuevos, porque lo viejo es caduco y no sirve. Necesitamos renovar plenamente todo nuestro corazón. Dejar el viejo, roto por el pecado, y ponernos en manos del Espíritu Santo para que nos renueve plenamente y transforme nuestro corazón en un corazón nuevo capaz de amar misericordiosamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.