| Mt 1, 18-24 |
Acurrucado en su terraza
favorita, Manuel deleitaba su buen café y, también él, daba libertad a su
pensamiento para que sintonizara con la oscuridad que envolvía el ambiente atmosférico.
Dejó su mirada fija en
un punto y, tomando su bolígrafo, escribió:
«Cuando confundimos el amor con la pasión, nos
metemos en un callejón sin salida».
Pedro, que llegaba en
esos momentos, bien abrigado y provisto de paraguas, le dijo:
—Se avecina tormenta.
Espero que no nos impida regresar a casa. No me resistía a dejar de tomar mi café
acostumbrado.
Mirando para Manuel y,
extrañado por su concentración, le dijo:
Pedro, con cara de
extrañeza y confusión, dijo:
—No entiendo bien lo que
dices, me quedo en blanco.
Entonces Manuel, tras breves
segundos, abrió su agenda y tomó la Biblia.
—Y leyendo en Mt 1, 18-24 expuso cómo sufrió José tras descubrir el embarazo de María, su prometida.
Hizo una parada, levantó
su mirada y, fijándola en Pedro, continuó:
—La ley dictaba
denunciar la situación de María y lapidarla, y la rabia que José sentiría en su
interior le invitaba a considerarlo.
Se detuvo de nuevo, mantuvo
unos segundos de silencio y, con una voz suave y serena, siguió:
—Pero la bondad de aquel
hombre acalló el coraje que llevaba dentro y se resignó a un repudio privado.
Realmente había triunfado el amor.
Entonces, levantó su
cara, miró a Pedro y dijo:
—El verdadero amor, ese
amor en el que pensaba cuando tú llegaste, es aquel que busca el bien
posponiendo todo lo demás sin desear ningún mal. Y, además, se da
gratuitamente.
Hizo una pausa. Tomó
respiro y concluyó:
—Al final esa era la Voluntad
de Dios que le fue revelada en sueños: José había sido elegido para ser padre
adoptivo de Jesús.
Pedro, y algunos más que se habían agregado, reconocieron, dibujando un gesto de asentimiento en su rostro, que por encima de toda pasión o interés prima siempre el amor ágape, aquel que se da gratuitamente y por, valga la redundancia, verdadero amor.
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