miércoles, 12 de agosto de 2015

LA DELICADEZA DE REPRENDER

(Mt 18,15-20)


Estamos obligados a reprender, sobre todo si tenemos claro que se ha obrado mal. Reprendemos a nuestros hijos, a nuestros empleados o compañeros de trabajos, a nuestras esposas o maridos...etc. Reprendemos muchas veces en nuestra vida, pero debemos hacerlo con buena intención y siempre en pro de que la actitud a poner de ejemplo sea la que señala Jesús.

La reprimenda no debe ser según nuestras ideas o gustos o criterios. La reprimenda debe ser según el criterio evangélico de la Palabra de Dios, porque es él el que prima y sirve de guía. Y reprendemos cuando actuamos según el Evangelicé dando testimonio de nuestra fe. Porque al vernos aprenden a distinguir lo bueno de lo malo; lo evangélico de lo mundano y perdición y disciernen sobre lo que está bien o mal. Es, de alguna forma, una manera previa de evitar la posible reprimenda.

Ser prudente es evitar que otros caigan en el error y evitarle el ser reprendido o amonestados. Por eso, en los grupos o comunidades debemos ser luces que alumbren el camino y eviten la oscuridad, confusión y las reprimendas, aunque en muchas ocasiones serán inevitables, y motivos de separaciones y conflictos. Pero, a pesar de eso, las cosas deben siempre quedar claras. Y cuando hay buenas intenciones se subsanan y se arreglan, porque en el Señor siempre llegamos a perdonarnos y entendernos.

El conflicto está cuando no queremos escuchar e imponer nuestros criterios. Cuando somos nosotros lo s que queremos marcar el camino y la luz, y cuando nos elevamos tanto que nos alejamos de los hermanos y del Señor, haciéndonos señores de nosotros mismos y subordinando a los demás. Entonces la corrección fraterna se hace casi imposible y hasta desaconsejada, pues mejor será, apurado los testigos y comunidad, considerarlos como gentiles o publicanos. Es decir, gente que se guía por sí mismo y rechaza la Palabra de Dios.

Lo bueno es que tenemos el poder de, en el Nombre del Señor, pedir todo lo necesario para conseguir lo que nos proponemos. Siendo eso que nos proponemos siempre el bien de los demás, porque no será bueno ni de sentido común pedir egoístamente o con ira y venganza.

Es un privilegio tener la promesa de invitar al Señor a hacerse presente en medios de nosotros. Porque así lo ha querido Él: «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Y sin lugar a duda así es. Jesús se hace presente entre nosotros cada vez que le invocamos y nos lo creemos. ¿Qué necesidad tenía Él de hacernos esa promesa? Si la ha hecho es porque la cumple. El Señor tiene Palabra de Vida Eterna, y todo lo que se ha profetizado y dicho de Él se ha cumplido. ¿Cómo no va a cumplir Él su Palabra?

Ven Señor y dirige nuestras vidas para que, abandonados a tu Voluntad, seamos los hijos que Tú siempre has pensado. 

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