jueves, 13 de agosto de 2015

PENSAR QUE ESTOY PERDONADO ME AYUDA A PERDONAR

(Mt 18,21—19,1)


Tomar conciencia de que estás perdonado te descubre que tú también tienes que perdonar, porque en la medida que tú perdones te perdonaran a ti. ¿Cómo es posible que siendo tú perdonado, no perdones tú al que se encuentra endeudado contigo?

Mirarnos en nuestro propio espejo nos ayudará a sacar toda la generosidad que necesitamos para perdonar a los que están endeudados con nosotros. No es justo que seamos perdonados y que luego nosotros no perdonemos. Entendemos que debemos perdonar como nos han perdonado a nosotros. Y la cuestión es que todos hemos sido perdonados y salvados por la Misericordia de Dios, y en esa medida debemos estar dispuestos a perdonar también nosotros.

Porque se trata de perdonar para ser perdonados. El Evangelio de hoy nos habla de esa cuestión. Jesús nos describe el ajuste de cuenta de un rey con uno de sus siervos, y como le perdona su deuda movido en compasión al no tener este con qué pagarle. Más tarde, enterado de que este no procedió de la misma forma con su deudor, mandado a llamar lo reprende y condena, entregándolo a los verdugos, hasta pagar toda la deuda.

Se supone que detrás de la muerte viene la salvación o la condena. Todos podemos razonarlo, y de eso podemos deducir que tras la muerte resucitaremos para el gozo de la salvación o para la condena de nuestro castigo, por nuestro mal proceder. Y digo esto porque los no creyentes piensan que tras la muerte termina todo y no hay sufrimiento. Un estado como cuando dormimos. ¿Y quién paga la deuda? Porque las deudas se pagan, si no en este, sí, seguro, en el otro mundo. Para pagarla hay que estar vivo, porque los muertos no pagan nada.

Y el camino para evitar pagar es perdonar. Perdonar hasta setenta veces siete. Nuestra experiencia nos dice lo difícil y costoso que es perdonar. Perdonar incluso cuando se tiene razón, pero ¿no tiene razón el Señor de condenarnos por nuestros pecados? Y sin embargo nos perdona. Claro, decimos, la Misericordia y la Paciencia del Señor es Infinita. ¿Acaso no la tenemos nosotros también si se la pedimos y vivimos en el Señor? ¿Es qué el Señor, que nos conoces, no sabe de nuestras limitaciones y debilidades?

Él está con nosotros, y está, enviado el Espíritu Santo, para asistirnos, fortalecernos, hacernos paciente y misericordiosos y perdonar a nuestros deudores como hemos sido perdonados nosotros. Porque sólo así seremos también nosotros perdonados de todos esos nuestros pecados.

Es el acto más valioso que podamos hacer, el Tesoro más grande, perdonar como el Señor me perdona, porque eso es amar, y si amo estoy haciendo la Voluntad de Dios. Y en el Espíritu de Dios lo podemos lograr. No estamos solos.

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