viernes, 25 de septiembre de 2015

CAMINO DE CRUZ Y RESURRECCIÓN

(Lc 9,18-22)

Seguir el camino de Cristo Jesús es seguir un camino de cruz pero en la esperanza de la Resurrección. No cabe duda que para resucitar haya primero morir, y la muerte no llega sola, sino que exige sufrimiento. Pero no hablamos solamente de la muerte del cuerpo, sino de la muerte de nuestros egoísmos. Quizás esa sea la muerte más difícil y sufrida.

Morir a nuestras pasiones, apetencias, egoísmos, proyectos e intereses es morir poco a poco. Es la lucha de cada día en la que te esfuerzas por quedarte el último para servir a los demás. Es el combate de convertirte en amor a pesar de que ese amor te duela y te haga sufrir, y no tenga compensaciones. Es la respuesta del sí a Jesús dejándote, trozo a trozo, tu vida en el camino.

Ese es el camino que hoy Jesús nos invita a manifestar y a decidir en nuestro interior: ¿Tú qué dices quien soy Yo? Porque, no tanto me interesa lo que dicen los que están lejos de mí o apenas me conocen, sino tú, me interesas tu respuesta. ¿Tú qué dices de Mí?

Sabemos que Pedro sin pensar ni titubear exclama: «El Cristo de Dios» Pero también sabemos que eso no sale de las profundidades de su corazón, sino de la Luz del Espíritu Santo. Sí, creo que para pasar eso se necesita un corazón entregado, humilde, disponible y abierto, que a pesar de no entender nada, el Espíritu de Dios le da la sabiduría para que pueda expresarse. Pedro estaba entregado y enamorado de Jesús, y dispuesto a dar su vida como ya había dado pruebas de ello, a pesar de que su condición humana le hizo pasar momentos duros y de verdadero sufrimiento y tribulación.

La cuestión es preguntarnos qué pensamos nosotros. ¿Es Jesús el Mesías y el Hijo de Dios Vivo? ¿Queremos seguirle a pesar de nuestras dudas e interrogantes? Como Pedro, ¿damos un paso hacia adelante y nos ponemos en Manos del Espíritu Santo para que nos asista y nos alumbre el camino que queremos seguir tras Jesús?

Si es eso lo que queremos y pensamos, pidamos juntos al Señor que nos dé esa Gracia y sabiduría y, sobre todo, fe, para que fortalecidos en su Amor y Misericordia continuemos firmemente tras sus pasos.

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