Lc 1, 26-38 |
Quizás no advertimos que la Gracia, la Vida de Dios, no nos puede venir así como así, sino que antes Dios nos prepara y nos llama. Es evidente que el Espíritu no puede venir donde no le acogen y le preparan un lugar. Cuando vamos a algún lugar, llamamos antes para que nos preparen el acomodo. Lo mismo podemos pensar que le ocurrió a María.
María, preparada por la acción misteriosa del Espíritu Santo, sabía de la necesidad de un Mesías enviado por Dios para guiar a la humanidad hacia la salvación. Y cuando el corazón de María estaba preparado, Dios inicia su Proyecto de Salvación. María acepta ser la Madre de Dios y la corredentora con su Hijo del Plan de salvación de la Humanidad.¡¡ Gracias, María, Madre de Dios!!
Esa forma de actuar, del Espíritu de Dios, la tiene también con todos nosotros, pues no en vano ha venido precisamente para salvarnos encarnado como Hombre en el vientre de María. Nos regala su Espíritu para que también nosotros le aceptemos y preparemos nuestro corazón y tengamos esa experiencia de encuentro con el Señor. Un encuentro de muerte y Resurrección.
Porque el camino es, primero de muerte, para luego Resucitar para Siempre en gozo y felicidad. Una muerte que nos mueve a morir a nuestros egoísmos y a darnos en caridad y amor a los demás, pasando de forma especial por nuestros enemigos e indiferentes a la llamada de Dios.
No basta con morir, sino cómo morir. Es ahí donde reside la salvación. Se trata de morir desde ya, ahora, enterrando mi yo para resucitar nuestro ustedes. Es decir, renunciar a mí para entregarme a los demás. O lo que es lo mismo, vivir en el esfuerzo diario de servir y de amar por amor. Pero la grandeza de todo esto es descubrir nuestra impotencia y debilidad, y experimentar que la Gracia de Dios lo puede todo. Así Isabel, la llamada estéril y pariente de María, concibió un hijo, porque para Dios nada hay imposible.
Gracias María por tu respuesta: "Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu Palabra".
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