martes, 30 de diciembre de 2025

SIGNOS, TALENTOS Y PRESENCIA

Lc 2, 36-40

  Las dificultades eran cada vez mayores. Justo se las arreglaba para salir airoso. Tenía confianza en sus habilidades y siempre encontraba la solución a sus problemas.

   —Buenos días, compañeros. ¿Cómo están esos ánimos? —saludó con tono efusivo Justo a los tertulianos.

   Muchos se sorprendieron al verlo, pues hacía ya bastante tiempo que no aparecía por allí.

    —De momento, bien —respondió Francisco—, aunque eso no significa que todos los problemas estén, ni mucho menos, resueltos.
    —Siempre, quieran o no —intervino Pedro—, la vida te presenta situaciones que no sabes cómo afrontar. Al menos, no de inmediato.
    —Es evidente que ahí entran en juego las habilidades y los talentos de cada uno —respondió Justo con cierta suficiencia—. A más talento, mayor capacidad resolutiva.

    Algunos tertulianos cruzaron sus miradas con un gesto que rozaba la fanfarronería. Fue entonces cuando Manuel, viendo el percal, decidió intervenir.

    —En muchas situaciones, por no decir en todas, conviene buscar luz. Y nada mejor que escuchar lo que la Palabra de Dios nos dice al respecto.

     Abrió la Biblia, que siempre llevaba consigo, y, al notar la atención del grupo, comenzó:

    —Por ejemplo, en Lucas 2, 36-40, se nos habla de la profetiza Ana. Ella dedicó gran parte de su vida a alabar a Dios y, permaneciendo en el templo, hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

     —¿Y qué quieres decirnos con eso? —preguntó Francisco, con cierta extrañeza.
    —Simplemente —respondió Manuel— que muchos pasan por la vida sin prestar atención a los dones recibidos y sin descubrir lo que sucede a su alrededor.

    Hizo una pausa. Nadie respondió. Tras el breve silencio, añadió:

    —Había muchas personas en Jerusalén en aquellos días, pero solo ella y el anciano Simeón estaban preparados para reconocer una promesa de vida en el brote humilde de un pequeño bebé.

    El semblante de los presentes fue cambiando. Interiormente empezaban a comprender por dónde iba Manuel.

    Al darse cuenta de ello, concluyó:

    —También nosotros estamos convocados a realizar este ejercicio de reconocimiento de los dones de Dios en nuestras vidas.

    Dones sencillos, brotes pequeños, pero llenos de promesa, que estamos invitados a cuidar y regar para que den fruto entre ustedes.

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