Hoy vivimos en la época de la comunicación y comunicarnos ha sido algo vital en la vida de las personas. El lenguaje es el vehículo que nos interrelaciona y nos pone en relación unos con otros, de forma que nos ayuda a conocernos y a amarnos. El hombre es un ser en relación y necesita comunicarse, y esa comunicación - vital en su vida - tiene que servir para alumbrar su camino.
Por tanto, es de sentido común que necesita un lugar destacado para que pueda comunicarse con eficacia y visibilidad. Porque, si se esconde pierde toda su eficacia. A eso se refiere el Evangelio de hoy, lo muestra muy diáfano y claro: En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: « ¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero? Pues nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. Quien tenga oídos para oír, que oiga».
La verdad se expone a la luz para que todos la conozcan y nada se oculte, porque sería contradictorio que la luz - la verdad - se oculte y se esconda. Es, por supuesto, la mentira la que se oculta y trata de revestirse de la verdad para aparentar y engañar. Por eso hay que estar atento, como nos dice también el Evangelio. Atentos a la escucha de la Palabra para, luego, ponerla en práctica y llevarla a nuestra vida.
Porque - así termina el Evangelio - «Atended a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, se os medirá y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará». Es decir, aquel que comparte y da, recibirá más y tendrá más. Y el egoísta, el tacaño e individualista que se guarda para sí, al final se quedará sin nada. ¿Cómo lo ves tú?
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