Lc 11, 1-4 |
No daba crédito a lo que veía. El saldo del
banco no coincidía con la contabilidad de la empresa. Faltaban cincuenta mil
euros. El corazón se le aceleró
Algo había sucedido. Su cabeza no atinaba a centrarse y,
desesperado, pidió un extracto de la cuenta.
Confundido y sin encontrar explicaciones, Sebastián
comprobaba que había varios cargos de cinco mil euros. Sumaban unos cincuenta
mil euros. Enseguida pensó que su socio había sacado ese dinero, pues el
concepto decía: tarjeta de crédito. Nadie, sino solo él y su socio,
tenían tarjeta de crédito.
Días después, aun sin poder creerlo, Sebastián
habló con su amigo Manuel sobre lo ocurrido.
Ahora —Manuel—, creyó oportuno compartirlo, como un buen testimonio que traía una buena enseñanza.
—¿Y qué sucedió después? —preguntó Pedro,
entusiasmado por saber la respuesta.
Las pruebas eran contundentes. Había pedido los recibos
y no se podía esconder la retirada de ese dinero. Era obvio reconocerlo y
confesar su culpabilidad. Y eso fue lo que hizo.
—Reconoció haberlo sacado —respondió Manuel— que
conocía esa historia, para jugárselo en el Casino. Pidió perdón alegando que el
vicio le pudo y no resistió la tentación de sacar el dinero, pensando en
recuperar lo que ya había perdido.
—¿Y le creyó? —dijo Pedro con cara de asombro.
—Sí, sabía de su vicio al juego, pero no tanto
de su falta de seriedad y, sobre todo, honradez. No estaba seguro de la verdad
de su confesión y ya no sostenía su confianza en él.
—Entonces, ¿cuál fue su reacción?
—La de un creyente. Aquellas palabras de Jesús
(Lc 11, 1-4), enseñando el Padrenuestro a sus discípulos, resonaron fuertemente
en su corazón: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro
pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».
—¿Y le perdonó?, dijo Pedro estupefacto.
—Sí, —respondió Manuel. No fue fácil. La herida
de la traición seguía abierta. Pero las palabras del Padrenuestro, que tantas
veces había repetido casi sin pensar, ahora resonaban con fuerza nueva.
‘Perdónanos… como también nosotros perdonamos.
Sebastián entendió que no bastaba con alabar a
Dios con los labios si su corazón no era capaz de perdonar. Porque solo quien
ama y tiene misericordia puede llamar con verdad a Dios ‘Padre’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.