miércoles, 8 de octubre de 2025

LO QUE IMPORTA: AMAR Y SER MISERICORDIOSO

Lc 11, 1-4

    No daba crédito a lo que veía. El saldo del banco no coincidía con la contabilidad de la empresa. Faltaban cincuenta mil euros. El corazón se le aceleró

    Algo había sucedido.  Su cabeza no atinaba a centrarse y, desesperado, pidió un extracto de la cuenta.

   Confundido y sin encontrar explicaciones, Sebastián comprobaba que había varios cargos de cinco mil euros. Sumaban unos cincuenta mil euros. Enseguida pensó que su socio había sacado ese dinero, pues el concepto decía: tarjeta de crédito. Nadie, sino solo él y su socio, tenían tarjeta de crédito.
 
   Días después, aun sin poder creerlo, Sebastián habló con su amigo Manuel sobre lo ocurrido.

  Ahora —Manuel—, creyó oportuno compartirlo, como un buen testimonio que traía una buena enseñanza.
 
    —¿Y qué sucedió después? —preguntó Pedro, entusiasmado por saber la respuesta.
 
    Las pruebas eran contundentes. Había pedido los recibos y no se podía esconder la retirada de ese dinero. Era obvio reconocerlo y confesar su culpabilidad. Y eso fue lo que hizo.

    —Reconoció haberlo sacado —respondió Manuel— que conocía esa historia, para jugárselo en el Casino. Pidió perdón alegando que el vicio le pudo y no resistió la tentación de sacar el dinero, pensando en recuperar lo que ya había perdido.
    —¿Y le creyó? —dijo Pedro con cara de asombro.
   —Sí, sabía de su vicio al juego, pero no tanto de su falta de seriedad y, sobre todo, honradez. No estaba seguro de la verdad de su confesión y ya no sostenía su confianza en él.
    —Entonces, ¿cuál fue su reacción?
  —La de un creyente. Aquellas palabras de Jesús (Lc 11, 1-4), enseñando el Padrenuestro a sus discípulos, resonaron fuertemente en su corazón: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».
    —¿Y le perdonó?, dijo Pedro estupefacto.
    —Sí, —respondió Manuel. No fue fácil. La herida de la traición seguía abierta. Pero las palabras del Padrenuestro, que tantas veces había repetido casi sin pensar, ahora resonaban con fuerza nueva. ‘Perdónanos… como también nosotros perdonamos.
 
   Sebastián entendió que no bastaba con alabar a Dios con los labios si su corazón no era capaz de perdonar. Porque solo quien ama y tiene misericordia puede llamar con verdad a Dios ‘Padre’.

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