martes, 7 de marzo de 2017

UN ESTILO DE VIDA

 (Mt 6,7-15)
El Padre nuestro no es una oración más. Es una oración que, a parte de ser la recomendada por el Señor, es un estilo de vida que marca nuestro devenir de cada día. Quizás la rezamos muy atropellada y, se ha hecho tan rutinario hacerlo, que casi sin pensar la soltamos como una tarareo que nos sale de forma automática y sin prestarle mucha conciencia.

Sin lugar a duda, salvo raras excepciones, la familia es el lugar más importante de nuestra vida. Tan importante que se nos escapa el pensarlo, y, cuando lo descubrimos, valoramos en su justa medida lo que significa y vale. Y en ella, nuestros padres son el tesoro familiar. Son los protagonistas de que la familia exista. Son aquella semilla que un día dejaron su jardín, para formar en suyo propio. No obstante, nuestro Señor la destaca cuando la pone en la Ley de Dios en cuarto lugar: "Honrarás a tu padre y madre".

Es lógico y de sentido común que a nuestro Padre, que con ese "nuestro" nos relaciona a todos y nos hace hermanos, lo santifiquemos todos juntos al menos una vez en semana. Igual que nos reunimos en torno a nuestros padres de la tierra, ¡¡cómo no reunirnos con nuestro Padre del Cielo!! ¡¡¡Es el que nos ha dado la vida, la familia, el mundo... todo!!! Lógico será pues visitarlo y santificarlo. Pues bien, eso lo hacemos los domingos, el día que la familia goza de más tiempo. "Santificamos su nombre".

Posiblemente, hoy que los tiempos han cambiado y la vida laboral también, quizás para muchas familias sea más idóneo visitarlo cualquier día de la semana en el que dispongan de más tiempo libre. Al mismo tiempo le pedimos que "venga a nosotros su Reino",  porque en nuestro, este mundo, es un mundo caduco, que, incluso, no sabemos ni cuidar y lo vamos estropeando cada vez más. Pero más importante es pedirle que se "haga su Voluntad", y no la nuestra, que es débil, pecadora y con ella nos perdemos.

Necesitamos muchas cosas, y por eso le pedimos que nos dé "el pan de cada día". No sólo las cosas materiales, sino las espirituales (fe, sabiduría, paciencia...). Y llega la hora de pedirle que nos perdone. "Nos perdone de tantas faltas, de tantos errores, de tantas debilidades, de tantos pecados". Pero, nos responde que estamos perdonados "en la misma medida que nosotros perdonemos a los que nos ofenden". 

Así que, perdonar a nuestros enemigos nos abre las puertas de la Casa del Padre. Y terminamos pidiéndole que nos proteja y no "nos deje caer en las tentaciones de este mundo y que nos libre del mal". Pero también, tomando conciencia que, dotados de libertad y voluntad, tenemos también nosotros que esforzarnos en colaborar.

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