(Mt 11,2-11) |
Juan también tenía sus dudas. Era sorprendente la forma en que Jesús se presentaba. Al menos no era la que esperaban los judíos. Sus esperanzas pasaban por recibir a un Mesías fuerte, poderoso y líder que los aglutinara y los liberara del poder y la esclavitud romana.
Y Jesús parece todo lo contrario. Manso, humilde y sin oponerse a la opresión romana. «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Es la pregunta que todos tienen en la mente, y quizás nosotros también la continuamos teniendo después de 2013 años.
Sin embargo, Jesús, tanto ayer a Juan, como hoy a todos nosotros, nos responde indirectamente: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y
se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle
escándalo en mí!».
Sí, hemos vistos muchas parálisis curadas; muchos ciegos que ven; muchos cojos que andan; muchas sorderas que se abren a la escucha; muchos leprosos que son sanados y muchos muertos que resucitan... Y se anuncia la Buena noticia a los pobres, porque sólo los pobres son capaces de aceptarla. Pero nosotros seguimos en duda, preguntando y exigiendo pruebas para creer.
¿Seremos capaces de ver nuestra parálisis, nuestra ceguera, nuestra sordera y cojera, nuestra lepra y nuestra muerte? ¿Estamos tan endurecidos que no advertimos que esa esperanza de vida eterna que cura todos nuestros males nos la está ofreciendo Jesús cada día?
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