sábado, 3 de septiembre de 2016

NUESTRAS PROPIAS LEYES

(Lc 6,1-5)


Decimos que creemos y realmente es así. Pero esa fe que procesamos no incide seriamente en nuestra conducta ni en nuestra forma de vivir. Nuestras leyes, las que nos parecen justas y convenientes, son las que aceptamos y tratamos de vivir, pero no las que el sentido común muchas veces nos indica o corrige.

Muchas leyes, impuestas por los hombres siguen sus intereses, o son consecuencias de sus prepotencias, orgullos y soberbias. No tienen sentido común y benefician a unos pocos. Lo del sábado, de lo que habla hoy el Evangelio, es un claro ejemplo de lo que decimos. No tiene ningún sentido anteponer la ley al hombre, porque es al hombre a quien sirve la ley y para la que se crea. Luego, siempre y ante todo tiene que estar primero el bien del hombre y la ley a su servicio y protección. 

Es notorio y descabellado pensar que el sábado esta limitado, o que el Señor nos pide sacrificios. Jesús, el Señor, ha venido a darnos gozo eterno, aunque eso pase por compartir nuestra propia pasión y muerte en este mundo, tal y como le ocurrió a Él, y que a pesar nuestro nos llegará. Pero, mientras podamos disfrutar vivamos la alegría en paz y en su Voluntad.

Porque el Señor está con nosotros y quiere nuestra alegría y salvación. Claro es que el mundo, demonio y carne son nuestros enemigos, y nos tienta para que nos perdamos y, ofreciéndonos espejismos de felicidad, trata de engañarnos y alejarnos del Señor. Tratemos de vivir en la presencia del Señor y seguir su Palabra, que es la Ley del Amor.

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