miércoles, 23 de agosto de 2017

LA JUSTICIA DE DIOS

Mt 20,1-16
Pensemos que nosotros estamos condenados, pues creados para ser eternamente felices, por el pecado original, hemos rechazado esa felicidad regalada y condenados a la muerte. Sin embargo, la Misericordia de Dios nos ha rescatado por los méritos de su Hijo, enviado voluntariamente a dar su Vida para darnos a nosotros la posibilidad de salvarnos y vivir eternamente.

En el Evangelio de hoy se nos dice claramente, y como Dios trata con cada uno de nosotros un rescate que está garantizado, pues su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Sin embargo, apreciamos que su Misericordia es tan grande que está por encima de la justicia, y que llamando a unos más tarde que a otros, les restribuye con el mismo salario. 

Realmente, eso no lo comprendemos ni nos corresponde. El Señor puede hacer lo que quiere, sabiendo siempre que hace lo bueno y lo justo. El Señor nos ha dado a cada un de nosotros unos talentos a negociar, y nos pedirá cuenta según los talentos entregados. Nuestra justicia está limitada por nuestra razón, pero la Justicia Divina nos sobrepasa.

Pronto entendemos que no podemos desear lo malo, porque otro sea bueno. El origen de la envidia se gesta ahí, en ese espacio de nuestra mente que aplica la justicia mirando al otro, pero la suaviza cuando se mira a sí mismo. No podemos pensar mal cuando Dios quiere ser bueno con otros, o recompensarle de la misma forma que lo ajustado conmigo.

 Porque, mi salario ya me era conocido, luego, ¿por qué me tiene a mí que parecer mal que al otro le den lo mismo que a mí? ¿No he recibido yo lo pactado? Y eso es algo que suele ocurrirnos dentro de nosotros mismos, medimos por nuestra mente y por nuestros pecados, y olvidamos cuanto no perdona el Señor. ¿Acaso merecemos nosotros el perdón que Dios nos da?

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